Hacer accesible el arte contemporáneo al público general ha significado siempre un reto para mediadores culturales, teniendo en cuenta que la práctica pasa a menudo por la problematización autónoma y opaca antes que por la apertura y la complicidad. De ahí el rol de museos, docentes, galeristas, curadores, divulgadores y periodistas (y los artistas) a la hora de reparar esa brecha, que a esta altura ya es un tópico para la broma y un subgénero de la ficción.
Y el motivo específico de un libro, Recetas, que ahora tiene su segundo volumen: Recetas II, las mejores sugerencias para mirar arte contemporáneo, iniciativa seriamente desenfadada del Museo Macro de Rosario en la que distintos especialistas en la materia hacen las veces de chefs de la mirada, subsanando de manera más o menos pedagógica, más o menos risueña, más o menos persuasiva ese temible y transitado meollo hermenéutico.
Muestrario exhaustivo de su propio género (párrafos divididos en ítems, sugerencias en segunda persona, ejemplos de que para el arte de dar recetas no hay receta), la mayoría de textos opta por la recomendación entre conciliatoria y coercitiva: “Evitar las siguientes frases: Esto no es arte. ¿Quién hizo esto? Esto lo podría haber hecho mi hijo”, apunta Diana Aisenberg en el prólogo. Dejarse llevar, intuir, relajarse y vaciar la mente son las premisas recurrentes: “Abrir los ojos, ser intuitivo, disfrutar, especializarse y desarrollar un fino criterio”, recomienda Eugenio Ampudia.
No faltan las indicaciones curiosas (Tulio de Sagastizábal: “Les propondría, mientras recorren la sala de arte, hacer por ejemplo mentalmente el ejercicio de describir sus propios pensamientos”); la anti-receta (Lila Siegrist: “No me gustan los instructivos, no les hago caso a las recetas, no podría redactar un paso a paso”); la acusación infiltrada (Rubén Chababo: “La alianza cómplice de curadores-instituciones y artistas ha elevado producciones al estatuto de valioso ratificando con su firma algo que dudosamente lo es”); o la reivindicación del capricho irresponsable (Laureano Mon: “Ya no me detengo en obras que requieren de mucha explicación”).
Hay citas a recetas clásicas (de Verónica Gómez a Cómo ver un cuadro de Córdova Iturburu, de Esteban Álvarez a Cómo mirar una pintura cubista de Ad Reinhardt), una tira cómica de Gustavo Sala y recetas de irónica formalidad como la de Eva Grinstein, que están a un paso de emular las “Instrucciones para subir una escalera” de Cortázar.
En ese limbo entre el juego y la funcionalidad flota Recetas II, que deja un interrogante sobre su lector, no el real sino aquel invisible que cubre la segunda persona: las recetas son también intentos de interpretar esa silueta vacía. Verónica Gómez lo plantea en otros términos: “Es la obra la que me mira (...) El asunto, entonces, habría que plantearlo al revés: ‘Cómo ser visto por un cuadro’ (o por una obra, en general)”.
Se presenta en Mercado de Arte el segundo volumen de Museo Macro de Rosario que ofrece instrucciones para afrontar una obra de arte contemporáneo. En él escriben diversos especialistas en la materia.