A Carlos Alonso le sorprendió “muy bien” ver su propia obra en el Espacio de Arte de la Fundación Osde (Rafael Núñez 4250). “Le tengo un poquito de miedo a los curadores”, asume. Pero “lo de Alberto Giudici estuvo muy bien”. Según el artista, el curador y crítico de arte porteño plantea un “contrapunto de las dos vías de la Argentina, la sangre y el paisaje, el drama de la violencia y el resto del país con su geografía y su belleza”.
La muestra que Alonso presenta en Osde abarca gran parte de su obra dedicada a ilustrar ocho piezas literarias, entre ellas la Divina Comedia, de Dante Alighieri, y El matadero, de Esteban Echevarría.
Para el maestro mendocino radicado desde hace décadas en Unquillo, la motivación fue siempre “encontrarse con un texto y una técnica, una especie de materia que corresponde a ese poema, o a ese libro”.
En su caso, esta tarea estuvo muy ligada a la experimentación del taller: “La propuesta que venía de afuera tenía que quedarse en el centro del taller. Entrar en el mundo de un poeta como Neruda, de escritores como Dante o Cervantes, y ponerme en una situación que participe de todo mi trabajo. No como un encargo, no como un retrato de, sino como algo que se incorpora, que trae una sustancia y una riqueza nueva: esa era la ilusión que traía al taller, y que incluso se iba a extender a mi trabajo. Como sucedió después”.
Usó ese “mecanismo” desde muy joven, cuando ilustraba a los poetas que eran sus amigos del bar: Armando Tejada Gómez, Fernando Lorenzo, Víctor Hugo Cuna. “Ilustré sus primeros libros, que eran mis primeras ilustraciones también. Cuando gané el premio para ilustrar Don Quijote ya tenía una pequeña historia en Mendoza, de mi relación con los poetas y con la poesía. Más que con los pintores, me reunía con los poetas. Sentía una gran atracción. Me hubiera gustado escribir, y escribí algunos poemas cuando estaba con ellos contagiado por el entusiasmo de ir descubriendo los poetas nuevos que aparecían en cada conversación, cuando alguien aportaba un poeta desconocido. Ezra Pound decía uno, el otro Nazim Hikmet. Y así iban apareciendo, además de los que ya eran el elenco estable: Lorca, Hernández”.
El camino poético
–Ilustrar fue mucho más que un encargo.
–Se incorporó a mi vida y a mi trabajo para siempre. Hoy sigo pensando cómo contar la poesía en cada dibujo, en cada pintura. No es solamente una resonancia plástica, tiene que ver con la parte secreta del trabajo. En algún momento aparece la intención de que la poesía participe como fuerza.
–¿Hubo primero un lector apasionado por la literatura?
–Por la poesía. Con los amigos nos juntábamos a leer poemas. Primero traíamos estos universales que se iban descubriendo para Mendoza en los años ’40, imaginá. Y después los poemas propios de ellos. Fue un ejercicio. Incluso en mi primera muestra en Buenos Aires, en 1954, están sus retratos. El vínculo era muy profundo.
–A Alberto Giudice no le gusta llamarte ilustrador.
–Es que el ilustrador tiene mala prensa. De todas maneras, esta exposición es la historia de una relación espontánea entre el coleccionista Jacobo Fiterman y yo. Teníamos 25 años, y yo salía del trauma de no haber podido conservar los dibujos de Martín Fierro y del Quijote. Para el próximo libro, le dije, te vendo cada dibujo con la promesa de que no los revendas. Los vamos a conservar.
Esta muestra, fruto de un “pacto de amigos”, es para Alonso un ejemplo de que el coleccionismo se puede convertir en una muestra itinerante relacionada al patrimonio y la memoria: “Multiplica para el autor la visión que el espectador tiene. Cumple un rol de difusión también de los textos, hay libros que son muy conocidos, no así Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar, de María Teresa León. Los intercambios empiezan a tener su parte de revelación. Recibo esos mensajes por escrito”.
–¿Estás más ligado a alguno de estos libros?
–Sí, a la Divina Comedia, porque no la terminé nunca. Es como una página rara, es la que más dibujos tiene y la que nunca logró editarse. El traductor renunció a participar del proyecto porque sentía que mis dibujos no tenían la vinculación que él esperaba de la gráfica. Quedé con esos dibujos, y se hizo una exposición en Art Gallery en 1968. Afortunadamente Olivetti compró 40 dibujos e hizo dos ediciones. Después, un libro pequeño que hizo Fiterman, que es una joyita. La Divina Comedia es el libro que permanece, el que podría seguir dibujando.
Cuaderno de anatomía
Carlos Alonso tiene otro as en la manga. “A partir de El cuaderno de Bento, de John Berger, tenemos con Carlitos Presman prácticamente terminado un libro que se llamaría Cuaderno de anatomía de Carlos Alonso, con textos suyos. Empezamos un diálogo con muchas coincidencias y curiosidades el uno por el otro; y en un momento empezamos a darle una estructura. Empieza con la relación que tengo con la anatomía desde pibe. Una pasión y una curiosidad muy especial que me hizo coleccionista de libros de anatomía antigua, y que empecé a incorporar en dibujos de los años ’60. Signó bastante al dibujo. Cuando aparecen las cosas de El matadero como parte esencial del lenguaje, con Juan Manuel de Rosas hecho del sellito de la vaca, ese es un modelo de cómo la ilustración no tiene tanto que ver con describir las escenas como con descubrir lo que el poeta no toca, que está, pero que él no toca. Ese tipo de encuentro le da a cada libro su propia personalidad, su propio enfoque.
Un caballete en su taller de Unquillo delata este proceso del cuaderno de anatomía en una oreja modelada que sirve de referencia al dibujo.
“Esto es para el libro de Carlitos –indica Alonso–. Los ojos, la oreja, la mano, fuimos haciendo capítulos. Esto me mantiene ilusionado. Como toda la vida estuve con la anatomía, se empiezan a juntar dibujos, y aparece como una temática que está dispersa tanto en la pintura como en los dibujos, en el grabado, en todas partes. Mientras más hurgo en los cajones, más encuentro”.
Alonso le quita una traba a un cajón que luego abre, y saca las imágenes de El prócer herido. “Esto debe ser del ’80, me encontré con una serie de láminas que intervine con elementos de anatomía. Después tenemos dos capítulos sobre la anatomía del hambre, es una serie de dibujos de niños que aparece en el corto El infierno del hambre que hice con Gonzalo Biffarella; también todo el mundo erótico, Manos anónimas, Lección de anatomía. Estamos entusiasmados”.
Palabra de curador."Carlos no es exactamente un ilustrador, es un recreador de esos originales que son los padres de sus dibujos, los textos literarios", afirma Alberto Giudici, curador de la muestra, y autor de otros textos y anteriores curadurías sobre Carlos Alonso. "Él establece permanentemente un contrapunto entre ese original y su lugar, su posición en el mundo", agrega. "De esa relación, ese diálogo, va surgiendo una obra que no sólo ilustra, sino que interpela, que pone en tiempo presente lo que fueron obras literarias de diferentes épocas, países, autores, disímiles entre sí, el aspecto más motivador. Como curador, traté de poner en diálogo esas situaciones". Y ejemplifica: las ilustraciones de El Matadero de Echeverría están enfrentadas en la muestra a las de Romances de Río Seco, de Lugones. "Quizá ahí tenemos un poco la dicotomía y el dilema de nuestro país: en El Matadero la sangre que lava la sangre que va a lavar otra sangre, una constante de nuestra historia patria, que sintetiza la tragedia de nuestro país; y por otro lado, un casi paraíso bucólico, que es el encuentro de Carlos Alonso en Unquillo, cuando vuelve de su exilio".
Alonso inédito: la semilla del paisaje
"Sigo dibujando y pintando en la medida de mis fuerzas, quiero poner más energía en el trabajo, a cierta edad es más importante", afirma Alonso. Y cuenta sobre "Diálogos", una posible futura muestra de 40 dibujos inéditos de paisajes de 2014 y 2015 que hizo en Cachi (Salta) y que fueron un "pretexto para pensar sólo en la pintura y no en una temática en especial. Ni ninguna carga ideológica ni literaria, sino ponerme como cuando tenía 20 años y nos íbamos a pintar a los cerros de Mendoza con otros muchachos. Y ver qué pasa con esa relación del aire libre que se va produciendo cuando estás en medio de la naturaleza". Alonso recuerda lo que decía Fernando Fader cuando estaba pintando al aire libre: "Sentía una nube que pasaba sin verla, porque él era parte del paisaje".
Otra cosa es lo de "algunos pintores, como el español Antonito López García, que pinta casi sumiso al paisaje, a la luz, por eso pinta en un horario especial en un mes especial en un mismo lugar tratando de encontrar la misma situación, y demora nueve años en pintar un cuadro, un tipo de rigor que a él le da resultado (Víctor Erice filmó este proceso en El sol del membrillo) porque no termina en una fotografía ni en un naturalismo sino en una transformación del paisaje, que si bien es realista tiene la riqueza de la mirada, no la del objetivo. Por eso trabaja mucho con fotos, toma de la tradición esa actitud en el lugar y en el momento. Pero ese no es mi caso. A mí me gusta hacer acuarelas chiquitas que son la semillita del paisaje".
Para ver. La muestra “Carlos Alonso ilustrador” se puede visitar en el Espacio de Arte de la Fundación Osde Córdoba (Av. Rafael Núñez 4252, primer piso). De lunes a viernes de 9 a 18. Gratis.
En el espacio de arte de la Fundación Osde, una muestra rescata la obra de Carlos Alonso como ilustrador de textos literarios. El pintor trabaja además en un cuaderno de anatomía.