Conocido por sus figuras humanas inquietantes, sus series eróticas y personajes retorcidos en su existencia, Leonardo Herrera sorprendió este fin de año inaugurando en Sasha D. (Bulnes y Pringles) una muestra de paisajes. Esta faceta ya se había anunciado en la última feria Mercado de Arte en el Cabildo Histórico, y desde hace un tiempo forma parte de sus indagaciones plásticas. Aun así, la muestra asombró por el giro inesperado que dio la obra del artista, a quien todos llaman cariñosamente “Bicho”.
¿Cómo fue que pasó? La figura humana fue predominante en su obra, remarca el artista en diálogo con VOS. Fueron 30 años conviviendo con una forma de trabajar. Sin embargo, siempre tuvo un vínculo artístico con el paisaje: “Soy de Lucio V. Mansilla, que es un paisaje de salinas muy solitario y agreste”, cuenta y suelta datos de su biografía. Muchos años atrás regaló paisajes que pintó a la escuela de su pueblo “como algo testimonial”.
Hasta los 12 años vivió allí y como a los 15 se vino a esta ciudad. Antes, en Deán Funes, estudió en una escuela técnica. Comenzó a entrometerse con el arte en Córdoba, cuando conoció a una chica que estudiaba en la Escuela de Artes. “Venía dibujando por hobby, en Córdoba empecé a ver galerías, conocer artistas, ver y ver”.
Un día (tenía 22 años, terminaba el servicio militar), entró a la galería Ele de Dalmacio Rojas. Durante la charla, el artista lo invitó a su taller, que luego compartió por un año. Se hicieron amigos. Cuenta Leonardo: “Hice una muestra en 1977 en su galería, y tuve la suerte de que pasara Miguel Dávila a verla, y le gustaran mucho mis trabajos. Eran unos dibujos muy potentes, en plena dictadura”.
Más tarde recibiría una beca del Fondo Nacional de las Artes. Entonces, eligió a Dávila para perfeccionarse en Buenos Aires. Casi una década estuvo allá, y su obra, “una cosa muy comprometida”, dice, pegó mucho: “Donde me presentaba ganaba premios”.
El arte fue para Leonardo el tamiz por donde pasó la experiencia de su vida. Ahí encuentra la razón por la cual la figura humana haya dominado su obra, algo que mantiene, a pesar del ingreso del paisaje en su panorama. No hay una cosa sin la otra, al parecer (“permanentemente voy a Mansilla”). Las casas del pueblo que van cayéndose, eso quiere testimoniar. Como volver al pago de alguna manera.
También fue un desafío (porque las cosas no son de una sola manera) que le propuso Alejandro Dávila, hijo del artista que lo guió, y el galerista que hoy lo representa. Se largó pintando los paisajes como quien lo hace para regalar. Sin embargo, reconoce que tenía una necesidad de salir de lo que venía haciendo tantos años, en muestras incluso de gran porte en el Paseo del Buen Pastor, y los museos Genaro Pérez y el Molina Rosa.
Pero la sombra regresa. Y estos árboles de sus paisajes son negros. La explicación lógica que ofrece es salir del paisaje convencional, y “desde el color llevar la imagen a un plano e incluso la geometría”. En el perfil de una casona o una tapia barrial, por ejemplo.
En las composiciones que hoy exhibe, contrapone el dibujo negro del árbol (una silueta, si se quiere) sobre fondos muy blancos, desolados (“soledad total”, reafirma él), o donde la oscuridad tiene colores (rojos, como en Y te quedaste sola, o azul, como en Clima añil). Distintos árboles y hasta una rosa china lo inspiran.
La pregunta es si vuelve al pago después de haber extirpado el dolor (inscripto en sus seres sufrientes). “Es mirar desde otro lugar, y otro goce”, piensa. Y de pronto siente la necesidad de revelar cómo ha sido eso de meterse en el paisaje. Conduce a la trastienda de la galería donde están las pruebas del trabajo: allí hay dibujos en blanco y negro de fuertes contrastes, apenas interrumpidos con una incisión de color, y pinturas donde la arquitectura es la forma madre.
Pero el pasado, que nunca desaparece, está allí: al lado de lo nuevo, cuelga una obra de la década de 1980, tortuosa. “Siempre me di la libertad de hacer cosas”, reflexiona, y en sus recuerdos repasa tantas muestras en las que investigó formas y materiales (una retrospectiva urge).
Ahora es tiempo de mostrar los orígenes. Y confiesa que este viraje tiene que ver con otros de su vida personal.
Leonardo apareció con el paisaje. A los artistas, sobre todo, les llamó la atención el enfoque. Él cuenta: “Nadie se lo hubiera imaginado, ni yo”.
Leonardo Herrera expone paisajes solitarios de las salinas, una obra que ni él hubiera imaginado y que lo devuelve a su lugar de origen: el noroeste de esta provincia.