Los retratos y desnudos típicamente naturalistas de Francisco Vidal (1897-1980) son imágenes que se reconocen distintivas del arte cordobés de la primera mitad del siglo 20. Hoy, una serie de pinturas que atesora su familia y que presenta la galería de arte del Colegio de Escribanos (Trejo y 27 de Abril), saca del olvido a unas enigmáticas figuras realizadas bajo el canon clásico de la pintura europea. Son composiciones que mantienen vivo el encanto de su belleza y la maestría del pincel de Vidal. Se presentan como una muestra homenaje dentro del ciclo “Reminiscencias de la pintura cordobesa”, que en estos días motivó que la Agencia Córdoba Cultura declare de interés cultural las actividades que realiza este espacio.
“Vidal fue un laborioso del dibujo y de la pintura, poseedor de una sensibilidad plena capaz de infundir espíritu aún al hecho cotidiano sometido a su visión de artista. La luz de San Vicente iluminó sus ojos, superándose cada vez, siendo distinto y también consecuente”, escribe Carlos Ighina para este tributo. “Belleza y sentimiento fueron, tal vez, sus nortes a lo largo de un desarrollo intuitivo que no desdeñó lo académico”, sintetiza sobre el perfil del artista.
Vidal ingresó a la Academia Provincial de Bellas Artes con sólo 13 años, en 1911. Fue el primer alumno varón. Y algunos de sus maestros fueron Emilio Caraffa, Emiliano Gómez Clara, Francisco Lesta y Manuel Cardeñosa. Recibió el título de profesor de dibujo en 1916, y en 1923 viajó a Europa becado por el Gobierno provincial junto a Antonio Pedone y José Valazza. Protagonizó aquella memorable historia del arte local: los tres compartieron la beca con José Malanca. Una foto del catálogo de esta exposición recuerda a cinco personajes en Florencia, en 1925. Posan allí Malanca, Pedone, y también la madre de Valazza (quien viajó para cocinarles a los artistas), junto al propio Valazza y Vidal.
El artista homenajeado fue docente y director de la Escuela de Bellas Artes Figueroa Alcorta por 19 años (1931-1950). Y algunos de sus alumnos, hoy célebres figuras, fueron Egidio Cerrito, Enrique Mónaco y Horacio Álvarez.
Vidal hizo envíos tempranos al Salón Nacional, donde recibió importantes distinciones, participó activamente del circuito porteño y su pintura llegó a Europa y Estados Unidos. Trabajó en Italia, España y Francia.
“Contemplación”
A la contemplación invita la muestra de Vidal, que se podrá visitar hasta el 24 de junio. Aquí se destacan algunas obras por distintos motivos. Está Retrato de niño, de 1928, que obtuvo el Primer Premio del Salón Nacional de ese año. El retratado allí es Marcelo Roca (hijo de Deodoro Roca). Es la única obra que no es de la familia Vidal.
La mayoría de las piezas exhibidas corresponden a la primera mitad del siglo 20, salvo el retrato al óleo Sueño, de 1978, emparentado su estilo a un “postimpresionismo periférico que acentúa gestualidad y pincelada”, como se ha caracterizado al último período del artista. De esa época, posterior a la década de 1950, cuando su pintura acusa un quiebre, no falta su Autorretrato, de 1964. Entre 1945 y 1975, se habla de una obra que anida en exploraciones, en composiciones “más dinámicas, de pinceladas rápidas y gestuales, erotismo y cierto dramatismo ausente en su obra anterior”.
Mujer de rojo, obra que fue enviada a la Bienal de Venecia en 1958, es otra de las postas destacadas. Miriam Brussa, a cargo del espacio, señala en el recorrido con VOS los colores de la bandera italiana que se descubren en la vestimenta de la elegante dama en esta obra, y la maestría en el dibujo de las manos. “Otra perlita, por cómo trabaja la textura de la pincelada”, agrega Brussa, es el retrato de la tejedora en Vieja hilando.
El sutil grafito delinea las figuras en San Francisco y el lobo (1926), “obra cumbre de la muestra”, para Brussa. La línea sensible, el claroscuro y las diagonales dan movimiento a la composición. Detrás se levanta el progreso, la ciudad.
Al lado, una acuarela de 1935, se titula Mi esposa: “Acá vemos la diferencia de pintura a la acuarela y pintura con acuarela, el empaste y la transparencia”, explica Miriam. En plan de familia también se exhibe al retrato del abuelo Lorenzo, de 1921.
Contemplación (pastel de 1939) propone cierta fascinación. En esta obra que rescata la familia, Vidal profundiza la maestría de su dibujo, a la vez que intriga. A su lado, se exhibe Juanita y Perico, de 1930, otro momento inspirador de la muestra. Brussa habla de una “lectura compleja” de esta obra y comparte la mirada que aportó un visitante, “sobre un supuesto mensaje onírico de la obra que la relaciona con el jardín del Edén”. Relata el cuadro que insinuaría para el visitante el tema bíblico del pecado original: “La presencia de las manzanas, rostros que no coinciden con el resto del cuerpo (¿son niños en una situación adulta?), la manzana roja sigue en la canasta y la niña toma con firmeza la manzana verde en su mano, y en el horizonte, el cielo está aclarando”.
“También aquí la actitud es reflexiva, y la luz incide en lo juvenil”, agrega Brussa. Y recuerda que en la obra de Vidal, entre 1911 y 1945, sus modelos corresponden a un canon clásico (visión europea, naturalista) de formas esbeltas. Los retratos, además de paisajes y escenas campestres, son los temas de Vidal. El hilo conductor, señalan sus estudiosos, es la representación de una realidad reconocible y una preocupación por el detalle.
Una escultura que representa al artista, de Primitivo Icardi, completa el conjunto de obras.
Y en la despedida de la muestra se exhibe aquella imaginativa condecoración que recibiera Francisco Vidal en 1956 de manos de Benito Quinquela Martín, gran maestre de la hermandad de la Orden del Tornillo: “El Tornillo era una orden distintiva propia de la República de La Boca”, explica Carlos Ighina. “En las reuniones formales, Quinquela se vestía con un traje de almirante del siglo 19, y allí distinguía a las personas que consideraba dignos de la orden. Al destinatario le faltaba un tornillo, Vidal era merecedor por su trayectoria y porque la República de La Boca mantenía relaciones diplomáticas con la República de San Vicente”, cuenta.
En una lámina que testimonia tal reconocimiento (donde se pueden distinguir firmas de destacados nombres cordobeses como el de Víctor Manuel Infante) se lee “Se le otorga el tornillo que le falta”.
Todas estas imágenes del pasado recuerdan por unos pocos días a uno de los maestros fundantes de la pintura local.
Para ver. La muestra se puede visitar hasta el 24 de este mes en la Galería Enrique Mónaco del Colegio de Escribanos (Trejo y 27 de Abril). De lunes a viernes de 10 a 14.
La galería del Colegio de Escribanos, declarada de interés cultural por su ciclo Reminiscencias, presenta obras del acervo de la familia de Francisco Vidal, uno de los referentes históricos de la pintura de Córdoba.