“Breve historia de la pintura”, se lee en uno de los cuadros que abre de la muestra de Dante Montich en la Cripta Jesuítica (Colón y Rivera Indarte). Debajo de esa frase, escrita con grandes letras, está “la bañera de Duchamp”, cuenta el artista, e inmediatamente lanza su primera declaración: “Últimamente estoy repensando bastante el rol de la pintura no sólo qué decir con la pintura, sino su rol”.
Grandes lienzos y algunos dibujos surcan el recorrido. Componen una muestra en la que estalla la palabra y su gestualidad.
Desde hace unos años, Montich escribe manifiestos sobre la pintura. Están en sus catálogos. Su “preocupación”, afirma, es cómo seguir sosteniéndose con un medio que tiene todo el peso de la tradición.
Montich propone un diagnóstico: “La pintura está siendo vapuleada por las nuevas tendencias, lo contemporáneo hoy pasa por agarrar sólo una herramienta contemporánea, como tomar una cámara de foto, ser un romántico total, y por lo tanto, no ser contemporáneo”.
Entiende que “la pintura es un problema, no una satisfacción, es un problema a resolver”.
–¿Te planteás cómo seguir?
–Sí, cómo continuar y cómo equilibrar cosas.
–¿Por qué la tradición es un peso y no un background?
–Pesa porque implica cómo sostenerse en un mundo donde el supuesto arte contemporáneo pasa por otro lado. La pintura está siendo apartada en las bienales, por ejemplo.
–¿No será que la pintura toma otra dimensión en vez de desaparecer?
–No digo que desaparezca. Por eso digo, tiene todo el peso de la historia, al no pasar por lo digital, de pronto la pintura necesita defenderse, y no es que yo la defienda, apelo a ponerme detrás del cuadro y decir cómo sostener una pintura, cómo seguir haciendo arte contemporáneo desde el hecho pictórico. Cómo contar algo y que eso se transforme en pintura.
–¿Esa lucha se da en el escenario de tus imágenes?
–Si hay algo que defiendo como artista visual es que la obra tiene que hacerse visual, se está haciendo un arte muy verbalizado. No quiero que la obra necesite un cartel para ser entendida.
–¿Por eso usás frases irónicas como “quiso poner en duda la propia pintura”?
–Sí, y también con la obra de Pablo Picasso, La mujer que llora, pintada al revés.
–Las “pruebas de color” y los “papeles sucios”, ¿serían pensamientos?
–La obra tiene que tener un pensamiento, lo que implica que la obra no sea un residuo de ese pensamiento, que es lo que está pasando. Siempre el arte fue conceptual, si no tiene esa raíz, es mero juego decorativo. Un mero juego de superficie, pero no el problema de superficie que planteó la modernidad, sino una cosa decorativa que se ve mucho hoy. Es un punto difícil el del pintor, cómo ser conceptual con un medio que se resiste a serlo.
Dante Montich siente que el pensamiento “frena muchísimo”. Se explica: “Dejo la obra cuando ésta superó el pensamiento, la obra lo tiene, pero no tiene que ilustrar un pensamiento (sería residuo o ilustración), quiero que la obra lo supere, que se establezca como forma, como pintura, son puntos complejos, no sé hasta dónde tengo razón o no”.
El manifiesto que deja en esta entrevista dice así: “Sigo sosteniendo una pintura que físicamente esté viva, que ocupe un espacio. Me gusta que la pintura sea una lucha en sí misma, una lucha sin resolver, no como algo cerrado sino como la posibilidad, un ensayo. Plantear ciertas ambigüedades, la obra como un campo de fuerzas, que implica la relación con el mundo, el intelecto y lo animal, la cultura y el instinto, acá está eso, queriéndose acomodar”.
–Seguís desentrañando la cuestión...
–Cada vez más incómodo.
En la última muestra que presenta en la Cripta Jesuítica, Dante Montich vuelve a su constante preocupación: “Cómo seguir sosteniéndose en la pintura”. Se puede visitar hasta mediados de julio.