Hay preguntas con apariencia de poesía un poco absurda, por ejemplo: “¿El amarillo patito es el amarillo del pato?” o “¿Navegarías en una tormenta de Turner o de Quinquela?”. Y otras de rango más existencial: “¿Cuánta vanidad hay en hacer arte?” o “¿Cuántas horas del día estás solo?”. Apuntan a cambiar la percepción, a sacudir los lugares conocidos y los reflejos lingüísticos para encontrar una forma de hablar (de arte) distinta.
Y hacer posibles experiencias que anuden arte y vida, pero sin el sesgo beligerante y competitivo de las vanguardias. La paciencia y la escucha son dos claves del método que Diana Aisenberg aplica a la formación de artistas. Comenzó a enseñar hace tres décadas, dictando clínicas, talleres y clases que hoy tienen una historia legendaria y un presente luminoso.
El lugar de encuentro que propicia, la comunión espiritual que anima, se reflejan en modelos como la peña, el fogón familiar, la tertulia. La ronda. Son formas de hacer comunidad practicadas bajo la convicción de que juntos entendemos más que solos. El maestro se raspa con los alumnos, los asistentes al taller deben dejarse contagiar.
Una frase de William Yeats puede dar el tono de su concepción: “Educar no es llenar un cubo, es prender un fuego”. No se trata de poner contenidos en una cabeza, se trata de iniciar un incendio.
Por fuera de la academia y en abierta oposición a sus convenciones y prácticas, Diana Aisenberg concibió ejercicios de motivación y provocación amable que inventan maneras de relacionarse que conciben un artista que sea maestro de sí mismo.
Los asistentes a talleres y clínicas deben sumarse a instancias como el regalo (ceremonias en las que se ofrecen textos, lecturas, experiencias, comida), la identificación de referentes (encontrar raíces, huellas, obras que dejaron una marca) y un antirreferente (una situación indeseada, un modo de ser artista que se repudia). O recuperar el Lado B: un potencial poético escondido en las historias secretas, vergonzantes, tapadas, en la obra que no se muestra o que no parece obra.
Del mundo de prácticas de Aisenberg surgió asimismo Kiosco de artistas, un proyecto de economía paralela a la del arte, más inclusivo, diseñado para dispersar el poder del mercado y jugar con otras reglas, que callejeó por bares, boutiques, hoteles y fábricas, en el que cada artista es su propio marchand. Un mercado persa donde se ofrecen desde juegos a conocimientos. Servicios. Karaoke. Masajes.
Todo eso y mucho más se encuentra contado con un lenguaje envolvente en MDA (Método Diana Aisenberg), el libro editado por Adriana Hidalgo que sistematiza y abre el sistema de enseñanza a cualquiera que busque formas diferentes y estimulantes de concebir el arte.
La pintora y docente vendrá este viernes a Córdoba a presentarlo.
Ser maestra
–¿Cómo encontraste tu rol de docente de artistas? ¿Fue una decisión trabajar desde ese lugar? ¿Fue algo que, en algún sentido, te sucedió?
–Siempre quise ser maestra. Cuando crecí y vi que no iba a parar de dedicarme al arte, fundí las dos cosas. Ya de chica fui a un terciario de maestros de arte.
–El MDA se estructura atendiendo más a las relaciones afectivas que a las jerarquías. Propicia vínculos entre iguales. Y desarma la idea de maestro como poseedor de saberes. Esto de prender un fuego, no de llenar algo que está vacío. ¿Fue un camino llegar a ese lugar, arrancaste con esas premisas?
–Arranqué con esas premisas, tenía muy claro cómo quería que fuera. Con el tiempo se fue puliendo, y los resultaron me dieron empuje.
–¿Cuáles son los rituales de la academia de los que procurás alejarte?
–Uf, casi todos. Las supuestas verdades en boca de cualquiera. Las leyes obsoletas. Enseñar lo que ya pasó. Mirar la historia sin ser parte. La imaginería. La idea del arte. La construcción del artista. Los déjà vu.
–Invocás la noción de tecnologías de la amistad. ¿Encontrás un parentesco con proyectos como Venus, por ejemplo?
–Sí, claro, encuentro ahí una semilla mágica no del todo desarrollada.
–¿En qué consisten los regalos que se hacen durante las clínicas y talleres, y qué sentido les otorgás?
–El trabajo se paga. Hay retribución, hay entrega. No es gratis. Hay un sistema de valores en funcionamiento, es dinero, o algo equivalente.
–¿Se admite que los regalos sean cosas materiales?
–Claro. ¿Como qué decís? ¿Una gema? ¿Un lingote? ¡Una casa! Especialmente en los momentos difíciles se regala mucho alimento, pan casero. También materiales para el trabajo. Sería divino que se regalen bicicletas.
Ser social
–“La pintura es una red de amistades que se transforma en un hecho artístico”. ¿Podés explicar esta idea?
–Es una frase de Roberto Amigo, por demás poética y también cierta. Se trata de muchas personas pensando juntas. Asociaciones. Normas de acción. Uso el lenguaje visual como paradigma de cualquier otro lenguaje. La asociación y los vínculos producen obra, y en la mayoría de los casos son obra. La pintura excede su medio. Ese excedente da brillo. Enseño pintura porque es lo que sé hacer, soy pintora. Las personas aprenden a mirar y eso tiñe las acciones que producen. La escuela se hace obra a partir de las vinculaciones.
–¿Cómo trabajás la idea de que los asistentes a las clínicas o talleres encuentren un antirreferente? ¿Qué buscás ahí? ¿Que salga qué cosa?
–Las cosas que no se dicen, y ubicar lo que uno no quiere para muchos es más fácil que ubicar lo que sí quiere o necesita. Allana la mente.
–Le contabas a María Moreno en una entrevista que ese ejercicio era bastante resistido por los grupos, y que los habías aflojado con una ronda de cervezas...
–Sí, fue así, ahora ya no pasa eso. Cuando algunas personas entienden de qué se trata es más fácil para todo el grupo.
–¿Por qué creés que pasaba?
–Porque tienen miedo. Porque personalizan lo que no quieren en una persona específica y creen que tienen que hablar mal de sus colegas. Les cuesta diferenciar al sujeto de la cosa.
–Te resistís a la idea de “resistencia”, la idea de que el arte resiste a algo de mayor potencia… ¿Por qué?
–Lo explico y lo vuelvo a explicar. Resistís frente a una fuerza mayor que das por sentado que te va a aniquilar. El arte ES. No se opone a nada, va por donde puede, atraviesa las grietas. Es su ser esencial estar vivo y presentarse por donde encuentra su camino. Por eso lo redefinimos según coyunturas epocales.
–Sin embargo no te disgusta la actitud de rebeldía. Sobre el final de “MDA” decís: “Como maestros, tenemos que cuidar a los rebeldes”.
–El rebelde no resiste, el rebelde sigue su camino. Los valores con los que nos movemos caen por su propio peso, no hay sentido en resistirlos porque igual caen. Quien es desobediente por naturaleza, sigue otra escala de valores.
–“La alegría es ese lugar tan estúpido pero tan difícil”, decís. ¿Qué lugar ocupa la alegría en tu trabajo? Se suele atacar el cultivo de la alegría achacándole algo así como una falta de seriedad, como si hubiera algo ingenuo dando vueltas, sobre todo en contextos duros como podría ser el nuestro.
–Por lo general lo más sencillo es lo más difícil. Todo está empastado, si te reís sos un idiota. Hay clichés infinitos sobre el sufrimiento de los artistas. Yo no niego el sufrimiento, pero no estoy de acuerdo en solidificarme en ese estadio, que como otros es pasajero. La empatía, el entendimiento, producen alegría.
–¿Cómo surgió KDA, Kiosco de artistas? ¿En qué contexto?
–Eran los años 2000. Todo se caía. La asociación fue el recurso de supervivencia.
–¿Qué fines persigue hoy? ¿Sigue activo ese proyecto?
–Yo no lo organizo más, le di cierre porque el funcionamiento de KDA está internalizado como parte del método. Lo hacen solos permanentemente.
–Es muy frecuente últimamente encontrar reproches al arte contemporáneo por su supuesto hermetismo, por su desconexión. Hay críticas que dan en el clavo sobre algunos aspectos, pero hay algo de moda en ciertos repudios, a veces muy agresivos. ¿Ves una distancia muy grande entre amplios segmentos del arte contemporáneo y la comunidad? ¿Una situación de fuerte incomprensión?
–Hay resentimiento, celos, y siempre hay bueno y malo. Siempre hay mal uso, falta de aggiornamiento, conservadurismo, hay de todo. El arte contemporáneo es realmente amplio, generoso, ofrece tantas opciones. Solo hace falta meterte y aprender lo que no sabés. Elegir lo que te interesa y dejar lo que no es para vos.
–¿Por eso hacés hincapié en los conceptos de entrenamiento y fortalecimiento? ¿En relación a qué un artista debe construir fortalezas?
–Sí, pero pueden ser fortalezas no para encerrarse, como Emily Dickinson especialmente. Insisto en el estudio, en la disposición, en la pasión por lo que uno hace, en la urgencia interna.
–Oscar Wilde decía algo así como “Dénle una máscara a un hombre y dirá la verdad”. Tu método pareciera ir en sentido exactamente inverso, buscás que caigan las máscaras...
–Sí, para eso tengo un recurso que todos tenemos, la buena onda. Más simple no hay.
–¿Por qué creés que se impuso el modelo de clínica destructiva, que incita a la competencia?
–El poder y el patriarcado. Es lo que sabemos hacer. La estructura piramidal. El bueno y el malo. Todos los clichés obvios.
–¿Vinculás tu método a cierta forma de intervención feminista?
–Ahora es fácil leer todo en ese código, aunque juro que crecer como artista mujer y docente no fue fácil ni lo es para nadie.
–¿Tuviste participación en el “Compromiso de práctica artística feminista”? ¿Pensás que puede modificar situaciones muy arraigadas?
–No soy feminista, no soy militante, me interesa el poder de la mujer y las estructuras sociales. Creo que el tiempo que vendrá hablará por sí mismo.
Presentación. "MDA. Apuntes para un aprendizaje del arte" (Adriana Hidalgo), de Diana Aisenberg, se presentará este viernes a las 17.30 en el Cabildo (Independencia 30). La autora dialogará con Emilia Casiva, Rodrigo Fierro y Fabián Lebenglik.
Muestras en el Cabildo. Tras la presentación del libro, abrirán dos muestras: “La Colectiva de la Sala” y el proyecto 17 de LSQH con obras de Valeria López (“Colección”) y Silvana Montecchiesi (“Ciudad medicinal”). “La Colectiva de la Sala” reúne obras de Paula Roque, Pablo Martínez, Noel de Cándido y Noe Colombo, Samanatha Ferro, Mercedes Zamar, Dianela Paloque, Martín Russo, Eugenia Mussano, Julia Levstein, Constanza Chiappini, Lucas Despósito, Gabriela Acha y Celeste Villanueva, con curaduría de Siu Lisazo.
La pintora y formadora de artistas Diana Aisenberg viene a Córdoba a presentar su libro MDA, que sistematiza un método de enseñanza despegado de las prácticas académicas. Concibe ejercicios de encuentro y maneras de relacionarse que atienden a las relaciones afectivas.