En uno de los videos hay un texto cuyas palabras se van cancelando, como si se apagaran pequeñas porciones del mundo, dejando espacios vacíos, huecos. Es la analogía de una memoria que titila, lastimada. Una desaparición en cámara lenta.
Ese video es una de las maneras que Claudia Santanera encontró para sumergirse ella misma y arrastrar al espectador a una experiencia que conmueve y sacude, iluminando con una media luz una región de intimidad, donde el duelo y la alegría, los recuerdos y las visiones retrospectivas que los trastocan se superponen a través de diversas capas de imágenes y palabras. Poesía en movimiento para capturar lo que se diluye. Una despedida y un portal.
El cerebro de mi padre, la muestra que ocupa tres salas del Espacio Cultural Museo de las Mujeres, es una videoinstalación en la que la artista visual y poeta construye un encuentro y le restituye presencia a un ser querido. Su papá murió en 2012, tras padecer una enfermedad neurológica llamada Demencia Con Cuerpos de Lewy, similar al mal de Alzheimer.
“Esta muestra forma parte de un proceso que comprende seis años de trabajo –cuenta Santanera–. Comenzó tiempo antes de la realización del video El pescador, en 2012. Yo intentaba subtitular antiguas películas familiares en formato 8mm que mi padre había realizado en la década de 1960. Mi idea era escribir sobre esas imágenes de mi infancia, hablar acerca de esos recuerdos, acerca de las distorsiones y desajustes del recuerdo que yo tenía de esa etapa de mi vida. La intención no era ilustrar ni explicar, sino acercar dos tiempos, dos miradas de lo acontecido, y observar el resultado. Dejar que detonaran a partir de la proximidad”.
La artista define a El pescador como una suerte de homenaje, regalo o elegía. Ese primer trabajo en video, que realizó junto a su hija Paula inmediatamente después de la muerte de su padre, “en cierta forma era como un experimento en torno a mi percepción de ese pasado infantil lejano y triste. Sin embargo, volver a ver esas películas me mostró un sinnúmero de momentos de alegría. Vacaciones, paseos, festejos. Mi percepción de esos recuerdos era muy diferente. Ese archivo personal, esos documentos mostraban otra historia”.
“A través de El cerebro de mi padre intento liberar las palabras y las imágenes para que se encuentren en este nuevo espacio. Que se superpongan, se peleen, se consuelen, se reconcilien, se desdibujen”, señala Santanera. Y añade: “Esta obra me permitió hacer lo que pensé desde un principio, superponer las proyecciones y operar desde el olvido o borradura de la memoria. Quería construir un espacio inmersivo, ingresar a un sitio incierto, donde la realidad y la percepción de la misma estallan. Donde las palabras y las imágenes se repiten, se cortan, se diluyen. Ingresar a una instancia de imposibilidad de lo lineal, construir desde el fragmento y el retazo. Me interesaba trabajar a partir de la superposición de capas, los sedimentos y los diferentes niveles de profundidad”.
“La videoinstalación me permitía esa operación –suma Santanera–, arrancar ese pedazo de la historia, traer el documento al presente e interpelarlo en un tiempo casi real. Mis poemas son mi pensamiento, mis ideas, la mezcla de opiniones, de citas, de recuerdos. Es mi experiencia superpuesta a mi experiencia. Escritura sobre escritura. Lectura sobre lectura. Y esa es mi vida. Es lo que hago desde hace muchos años de diferentes modos. Haciendo de todo un collage y sampleando la información que se descarta. Prefiero trabajar con el descarte. Recupero documentos destinados a la papelera y les busco una sobrevida. Hay algo que se escribe en lo que se olvida”.
Fragmentos de una vida “editada”. “Un intento por captar los flashes, lapsus o el delay de la memoria en su proceso de auto borrado”, describe la artista a esta instalación multimedia en tres actos, que recupera el archivo familiar, lo trama con poesías, inserta velos y materializa recuerdos.
Emociones mezcladas
–¿Cómo viviste la enfermedad de tu papá?
–Papá murió en 2012, padecía una enfermedad neurológica similar al mal de Alzheimer, llamada Demencia Con Cuerpos de Lewy. Esta demencia es un síndrome degenerativo y progresivo del cerebro. Comparte algunos síntomas con otras varias enfermedades y a veces se superpone con éstas, sobre todo con el Alzheimer y el Parkinson. Los pacientes con DCL suelen tener alucinaciones visuales muy vívidas. Estuve muy cerca de mis padres los últimos meses de la enfermedad. Paseábamos, íbamos a la plaza de Alta Córdoba a tomar helados y caminar, y pasamos mucho tiempo en el jardín de mi casa en Villa Allende. Charlábamos, nos reímos de las cosas que decía y hacía papá, mirábamos las películas para recordar lo que inmediatamente él olvidaba. Papá transitaba la enfermedad con una suerte de desconcierto porque se daba cuenta de los desajustes. Se sorprendía de sus propias expresiones, advertía las pérdidas e intentaba compensarlas con sus ocurrencias. Nos reíamos mucho pero también sabíamos que no era buen indicio. Él también lo sabía.
–¿Hiciste algún tipo de “investigación” sobre la enfermedad? ¿Recurriste a textos científicos o literarios?
–Aprendí de la enfermedad durante el proceso mismo. Durante las consultas y los diagnósticos. Mirando los resultados de los estudios. Nos desplazábamos sobre la incertidumbre y los sobresaltos. Después comencé a leer algunos textos de divulgación científica, cuando decidí hacer esta muestra, a comienzos de 2016. Incluso hice consultas con médicos especialistas. Pero después abandoné las lecturas y preferí hacer el recorrido desde mi intuición y los datos de la experiencia. A partir de esa experiencia tan cercana e intensa nace la muestra.
–La exposición de una intimidad tan enorme puede haberte llevado a tomar algunas decisiones relativas a qué mostrar y qué no, qué “contar” acerca del cerebro de tu padre...
–Imaginate que no ha sido nada fácil. Elegir algunos instantes entre muchas horas de filmación. Fueron varios meses de selección de las imágenes porque interviene la intimidad de la familia y el recuerdo compartido. Es trabajar con imágenes familiares y privadas, y hay un límite ético que uno mismo se fija. Surgen muchas preguntas en torno a esa frontera entre lo íntimo y lo público cuando uno trabaja en ese nivel de subjetividad, que también te comprometen cuando escribís poesía. Uno intenta construir un mecanismo de distancias y reflejos para abordar la propia biografía y poder superar lo estrictamente autorreferencial e individual. Es una frontera muy sutil y delicada. Un riesgo que preferí correr operando sobre los lenguajes. Corriendo y descorriendo telones, forzando los límites entre ellos, proponiendo una serie de tensiones. En cuanto al diseño de las obras en el espacio, trabajé con la idea de lo que se disuelve, de lo vívido de la alucinación, del miedo que produce la alucinación. Es como introducirse en un espacio onírico, sin leyes. Como relatar un sueño. Viste que uno dice “estaba Fulano”, y de repente pasás de escena y es Mengano en otro lugar. Son series de transformaciones. En algunos pasajes, la puesta se inspira en estas alucinaciones.
–¿Cómo trabajaste, qué conexiones hiciste?
–Preferí trabajar desde un principio de aleatoriedad o azar permanente. Un espacio de asociaciones o relaciones libres donde los encuentros y desencuentros suceden de acuerdo a leyes del absurdo. Me encantaba pensar que los proyectores y dispositivos funcionaban como diferentes partes del cerebro y que se activaban en determinados momentos de acuerdo a estímulos desconocidos. Algo que deja de funcionar o que funciona con leyes extrañas y que llamamos demencia. Es ingresar a otro universo de relaciones y operaciones con una lógica inexacta, si pensamos que la nuestra es la normalidad. Ante la pérdida de las palabras mi padre construyó un lenguaje propio, con una nueva sintaxis y plagada de imágenes, con lo que intento establecer ciertas analogías. Los dispositivos me ayudaron a pensar y desarrollar este proyecto. Las memorias, encendidos, desperfectos, fallas. Muchos dispositivos o partecitas independientes, conformando un sistema que funciona de manera simultánea.
–¿De dónde provienen los textos que intervienen los videos? ¿Son tuyos? ¿Los escribiste pensando en las imágenes?
–Es una mezcla de textos de diferentes épocas y procedencias. Muchos de ellos elaborados a partir de la idea del palimpsesto. Hay citas de los textos o manuales que mi padre estudiaba cuando se inició en el filme para aficionados a fines de la década de 1950. Él estudiaba y aplicaba los consejos y recomendaciones de estos autores. Yo los cito y a la vez hago exactamente lo contrario, los distorsiono, los corrijo. Hay poemas que escribí durante los últimos meses de la enfermedad. El de la instalación Cita con Hamlet tiene aproximadamente 10 años. Es un poema-collage que escribí para una lectura a dúo que hicimos con Guillermo Daghero en Documenta, que se llamó “Ensayos salvajes sobre la poesía”. Me gusta mezclar los textos. Pensé en sumar algunos textos científicos pero preferí no vincular tan literalmente la muestra con la enfermedad. Así como seleccioné y ordené las imágenes en bancos de imágenes, lo mismo hice con los listados de textos. Son muchísimas páginas de textos que escribí durante estos años. Aparecen y desaparecen entre las imágenes. Se interrumpen y superponen. Construyen su propio recorrido. Los concibo como poemas o espacios poéticos donde todas las combinaciones se vuelven posibles. Los textos tienen un ritmo propio que no siempre coincide con el de las imágenes.
–¿Y las imágenes? ¿Son parte de algo así como un archivo familiar?
–Las imágenes fueron tomadas a comienzos de los años ‘60 por mi padre y forman parte de un acervo familiar junto a cientos de diapositivas. A papá le encantaba editar el material, cortar las partes que consideraba incorrectas de acuerdo a sus manuales de estudio, y encontrarle un orden regular a la narración. A veces preparaba un guión, como en el caso de Pic Nic, realizaba los carteles de presentación, fechaba las tomas y nos hacía actuar determinadas escenas. Incluso hay una película de la cual no le gustó el color del revelado y volvimos a filmarla el verano siguiente, cuando regresamos a Rosario para pasar las fiestas. Es muy divertido porque había pasado un año y yo había crecido y no entraba en el mismo lugar de la calesita, pero había que repetirlo igual. Tengo las dos películas, una filmada en 1964 y la otra igual de 1965. Después, leyendo sus manuales, encuentro que era lo que recomendaba el autor cuando una imagen salía mal, había que repetir la toma hasta que saliera bien. ¿No es genial?
–¿Qué emociones te atravesaron durante el trabajo? ¿El proceso fue doloroso?
–Lo más doloroso fue escribir los textos. Lo que pasa es que los escribí sin pensar que formarían algo, o serían parte de una obra. Los textos acompañaron el proceso y el desenlace. Los poemas son el testimonio contemporáneo de la pérdida. Fueron escritos de manera simultánea. En ese sentido, están cargados de esas emociones y de los nuevos recuerdos. Es una nueva memoria que se construye y se conforma con pedacitos de la memoria anterior. Son archivos de textos que fui reescribiendo en estos últimos años. En cambio, el trabajo con las imágenes me resultó muy placentero. Me divertí, me alegró. Y es por eso que decidí continuar con esta experiencia visual iniciada con El pescador. Encontré en la imagen un espacio más flexible y amable. Disfruté desplazarme de manera intuitiva y sin prejuicios por esta nueva página ya escrita. Me vinculé con el tiempo de la infancia a partir del juego mismo. Recorté y pegué para armar esta otra historia fuera del tiempo, un poco intemporal. Entiendo que la obra se produce en este encuentro de tiempos, en esta suerte de tensión de emociones en la que nos movemos y conforman nuestra existencia. Son muchas y de diferentes cualidades. Intensas, leves, secretas, misteriosas. La obra te arrastra hacia esa zona indefinida, donde no hay respuestas.
–¿Qué significan las plumas que se ven en una de las instalaciones? ¿Refieren a un recuerdo en particular relacionado a tu papá?
–Tal cual, hacen referencia a un motivo en particular. En Rosario había un palomar en el Parque Independencia. No sé si aún existe como tal. En verano íbamos allí a buscar plumas de colores. El juego consistía formar ramilletes o abanicos con las plumas que iban perdiendo las palomas. Lo extraño es que eran de colores variados y muy pálidos. Había azules, lilas, rosadas, amarillas, castañas, blancas, grises, verdes claras. Era increíble. Unos cuadros antes de la escena casi fija que conforma la pieza El palomar, estoy juntando plumitas con una mano y con la otra sostengo un ramo. Preferí quedar fuera de esta obra y que sólo quedara el testimonio de mi visita al paraíso como en La rosa de Coleridge.
Para ver. “El cerebro de mi padre” se presenta hasta el 8 de este mes en el Espacio Cultural Museo de las Mujeres (Rivera Indarte 55). Gratis.
Claudia Santanera presenta una obra multimedia en la que explora el proceso de pérdida de la memoria y la posibilidad de recuperar recuerdos o reinterpretarlos. Viejas películas familiares y textos poéticos se combinan en una instalación cuya atmósfera conmueve. En el Espacio Cultural Museo de las Mujeres.