La luminosidad de las pinturas de José Malanca que exhibe la galería Cerrito (Independencia 180) es muy distinta a la de sus famosos paisajes, en los que el sol se ramifica en verdes y violetas de pinceladas mínimas. Ese Malanca más difundido, de mayor impacto y gran formato, encuentra su reverso en la muestra inaugurada el jueves, Emoción paisajística.
En estas pinturas de las décadas de 1950 y 1960, en su mayoría medianas y pequeñas, siempre silenciosas, las sombras avanzan sobre el lienzo y tienden como mantos o lenguas su oscuridad en la tierra. Son amarronadas. Y la claridad es prácticamente una presencia en el muro austero, sea de una pequeña choza, una cabaña serrana o una residencia de pueblo de mayor porte y presencia.
La montaña ha quedado lejos en las obras reunidas en este conjunto, y no es su inmensidad lo que cuenta, más bien la protección a los poblados de los paisajes norteños, y a la única figura humana de la muestra, una mujer y su telar.
Son alrededor de 20 obras inéditas. Cuenta Alicia Malanca, hija del artista, que las pinturas son de la familia y que estuvieron “años y años en depósitos de seguridad”. Tantas casas y casi ninguna montaña asombra. Alicia ofrece su explicación: “él quiso ser arquitecto, la casa de San Vicente la hizo con sus propias manos”.
Pero Alicia quiere hablar del gran hombre, más allá del gran artista. Tiene en espera, y listo para imprimir, el libro Pintando por América, que recopila las notas de Malanca (crónicas con textos y fotos) como corresponsal viajero para La Voz del Interior en la década de 1920, y algunas de 1960. “América fue su preocupación y su ilusión, de esa América con problemas, pero de la cual se avizoraba un futuro promisorio”, afirma.
No sólo las pinturas de Malanca (1897-1967) y sus escritos forman parte del legado. También otros testimonios. Por eso, Alicia quiere editar dos libros más. Uno sobre su trayectoria pictórica, analizando la palabra de la crítica especializada que registran los catálogos de las exposiciones entre 1914 y 1970. Y “otro sobre su vida”, que ella escribirá con todo lo que sabe.
Alicia Malanca, una de las tres hijas del artista y una de las dueñas de las obras exhibidas en Cerrito (junto a su hijo y sus hermanas gemelas), habla del hombre “que se interesaba por todo”, el pintor de la Reforma de 1918: “Él no era estudiante pero ahí estaba; como era fuerte, le tiraba alimentos a los estaban encerrados”, cuenta, entre las numerosísimas anécdotas sobre su padre que inundan su memoria.
El “humilde chico de barrio” nacido en una familia de inmigrantes (“cuyo padre, comerciante, fue uno de los primeros italianos que llegó a San Vicente”) fue “un gran deportista”. “Mi papá ha sido un predestinado, muchas personas lo ayudaron” (recuerda al vecino Amaya y a Alejandro Carbó), a pesar de no haber recibido nunca el apoyo de la familia, dice Alicia, que destaca también al aventurero, al artista apasionado por su continente y su gente, que “sin ser comunista era de tendencia socialista”
Se inauguró en la galería Cerrito la muestra Emoción paisajística, con obras tardías y pertenecientes a la familia del artista, las cuales nunca habían sido exhibidas.