Primer piso del Paseo del Buen Pastor (Yrigoyen 325): una diminuta ventana que se transformó en pantalla deja ver el tránsito de la calle y se integra silenciosa a un "bosque" de pancartas y cajas, en la instalación "El sonido de un árbol al caer", de Manuel Coll. De entrada impacta el todo, como si el bosque no dejara ver el árbol. A su tiempo, cada parte de ese todo tendrá algo para decir. Asociada a la idea de poder sostener, la obra del artista cordobés entrelaza la ecología desde una mirada política, con la pintura y el arte contemporáneo.
Para empezar, se trata de poner la pintura en un lugar de austeridad, dice el artista, lejos de la idea de genio y de lo exclusivo, "de la pintura que pueden hacer unos pocos, que cuesta un montón de dinero, que se supone es una reflexión, que es sensible y todo lo demás". Su premisa es que además de todo aquello, la pintura puede desaparecer por la precariedad del soporte, "por un cartón que se rompe, que viene de la basura y tiene disposiciones extrañas, y es frágil" (como se lee en muchos de los soportes que utiliza en esta obra). Para Manuel, la caja de cartón también remite al empaquetado.
Manuel no usa el cartón como soporte que luego va a esconder para eliminar su origen. Todo lo contrario, su pintura aparece allí "ocupando un espacio, el que pueda ocupar dentro del cartón". Una intervención "aberrante", opina, que a veces ilustra un mensaje que contiene el mismo objeto, o conserva las inscripciones con las que ha llegado. Por ahí se lee en alguna superficie "Industria argentina", y Coll rodea estas palabras con una suerte de postal bucólica. También asoma una linda dosis de ironía sobre el paisaje en una pancarta donde escribe "Cuntri", y pinta una isla solitaria.
Pancartas
Sus pancartas circulares parecen estar hechas de madera, mantienen la rugosidad que trajo el soporte. A Manuel le interesan las marcas puras que vinieron con el embalaje. Y a partir de allí deposita "mínimas sutilezas, un laburo delicado". En el despojado material, coloca una pintura al extremo exquisita, un rasgo por el cual su obra es conocida y admirada, quizá el perfecto anzuelo (la eficacia de su arte) para llevarnos a otro asunto. Y movilizar.
Las palabras son llamadores en esta puesta. Y aparecen muchas cosas más, dice, como una tradición de la pintura a la que busca incomodar: lo amable y lo no amable, lo sutil junto a lo frágil, un ecosistema para pensar por capas, porque "cada obra tiene su propio tema también, su propio mundo y cada una habla de cosas diferentes".
Entre los cartones más firmes de algunas pancartas asoman cajitas como las de té, de un material más vulnerable. "Todo esto tiene la esencia de lo invendible, porque nadie lo compraría", confirma. Ojalá alguien pudiera contradecirlo y arriesgar.
En una de las superficies de mayor tamaño delineó un personaje acostado que despierta distintos significados (¿un outsider, un mendigo?). En otra obra, un gran cartón, pintó a brochazos un entorno que en primer plano exhibe una rama cortada (escena a la que suele recurrir), toda la violencia es parte de la belleza. "Es rock", remata Manuel.
Otro cartel grita "pellejo", y así se van acumulando hallazgos, como la manera que tiene el artista de recortar una porción de paisaje en ventanitas (como la que ofrece el propio espacio cuando mira a la Yrigoyen), aberturas de distintas formas, ovaladas, circulares, otras que aluden a las antiguas tablas.
Lo de la pancarta con el bosque es una analogía rápida, dicho esto sin desmerecer la analogía, aclara: un montón de palos y cartones que conducen a la idea de árbol. De ahí, lo que sigue es meterse en ese bosque e investigar qué sucede, "qué se recicla cuando se recicla, y si se recicla para seguir consumiendo".
El artista no quiere emitir un juicio sobre la función del lugar que ahora cobija su instalación, pero sí recordar su pasado. Su pensamiento crítico no invalida, no abandona la belleza de la pintura, aunque la interfiera.
La cuestión parece instalarse en la pintura misma. Obrar desde los materiales es para el artista hablar del contexto de cómo se trabaja en Córdoba, de resolver las cosas sin presupuesto, lo que muchas veces se oculta y que él señala con esta obra.
De lo que se trata, afirma, es de pensar "la pintura en otro lugar": de hacer participar a la pintura en el mundo de los objetos. "Pintar en representación de toda la historia de la pintura para hacerla trabajar en otros lugares, tensionarla, abollarla, pero que siempre aparezca claramente como pintura", enfatiza. Tan claro y también tan imaginativo y real como abrir una de las cajas de esta muestra y descubrir que en su interior descansa un paisaje pintado.
Para ver
"El sonido de un árbol al caer". Galería de Arte del Paseo del Buen Pastor (Yrigoyen 325). Instalación de Manuel Coll. Hasta el 3 de setiembre, de martes a domingos de 10 a 20. Entrada gratuita.
Pancartas hechas con cartones se levantan en "El sonido de un árbol al caer", obra que Manuel Coll presenta en el Paseo del Buen Pastor, para pensar la pintura, el paisaje, la ecología, la política y la supervivencia del arte.