Perforar los límites de la imaginación con formas imprevistas y desafiar las expectativas sin que el espectador sepa exactamente qué está viendo o por dónde empezar es una de las ambiciones del trabajo de Martín Viecens, que funciona como un disparador de asociaciones e invita a ser recorrido e interrogado.
Un origami para gigantes. Un organismo que repta, sube y se pierde hacia el exterior. Una estructura molecular abandonada. Una serpiente. Un refugio. ¿Una escultura para armar?
“Tenía en mente el desarrollo de una estructura que se relacione con el edificio de forma parásita”, dice el artista sobre Un lugar para cuando llegue el fin de todas las cosas, la obra que sorprende a los visitantes en la sala 4 del Museo Caraffa.
Se trata de una nueva entrega del ciclo Vórtice, una iniciativa para la promoción de artistas cordobeses que lleva adelante el programa federal Art Boomerang y que tiene como curador a Daniel Fischer.
Un equipo de trabajo de más de 20 personas estuvo detrás de este proyecto de sitio específico (creaciones artísticas realizadas especialmente para un determinado lugar), que incluyó la labor conjunta de curadores, investigadores, gestores culturales, productores, diseñadores gráficos, carpinteros, montajistas, exalumnos y hasta “casuales entusiastas” que ayudaron a concretarlo.
Un lugar para cuando llegue el fin de todas las cosas se vincula a Storia di un buratino, una intervención anterior de características similares que el artista presentó en 2015 en el Museo Genaro Pérez. “Esta nueva obra de sitio específico es en cierta medida una continuidad –señala Viecens–, ya que en ambos casos se trata de estructuras de madera que mediante el desarrollo de sus dimensiones, sus formas y sus capacidades vinculares logran desplegarse en el interior del espacio de un museo de manera orgánica e invasiva”.
–¿Tenías en mente alguna “temática”, más allá de que se trata de un diseño con fuerte incidencia de la abstracción geométrica?
–Más que temática, se trata de una línea de indagación en torno a los materiales, sus formas y sus vínculos. Tenía en mente el desarrollo de una estructura que se relacione con el edificio de forma parásita. Que se valiera de la estructura del museo para invadirlo desplegándose a sus expensas o también como si se tratara de una gran raíz que se cuela por las grietas y se despliega por donde encuentra un espacio. Busco que mis obras transmitan ese deseo por ir más allá de lo posible o de lo imaginable. Que interpelen al espectador evitando caer en la figuración, buscando una polisemia que agite, que mueva a la reflexión.
Azar y certezas
–¿Qué te atrae y qué te desafía de una obra de sitio específico?
–Me atrae sobre todo generar impacto en la gente gracias a la escala monumental, y me desafía todo lo que implica la resolución y ejecución del montaje y sus complejidades. Si bien el diseño me aporta certezas previas, me reservo un grado de aleatoriedad para que la obra se termine de consumar in situ, cuestión que considero fundamental en el proceso de creación artística.
–¿Cómo creés que el público se relaciona con la instalación? ¿Imaginás que genera desconcierto?
–La gente se relaciona con la instalación recorriéndola, caminando a través y buscando verla desde diferentes ángulos. Reaccionando con sorpresa y curiosidad al encontrársela en la sala y luego ir recorriéndola hasta el patio. Por los comentarios que me han hecho, genera un cúmulo de estímulos sensoriales positivos ligados a la fuerza, al arrojo, al desparpajo… Genera de todo, menos indiferencia. Creo que en cierta forma es desconcertante, y me interesa que así sea, encuentro un camino abierto de sentidos y potencialidades al no entrar en lo figurativo. La gran mayoría le busca al toque un significado o lo asocia con una imagen que le es familiar, como por ejemplo una serpiente, el fuego, un dragón. Esto me gusta ya que esta también es una forma de apropiación por parte del público.
–La obra comienza adentro del museo y sale al exterior. ¿Hay allí alguna clave?
–Se puede leer de esa forma o también al revés: que sale desde el patio, de la tierra misma, se cuela por los cimientos y trepa por la escalera invadiendo la sala. La clave allí está precisamente puesta en una vocación transgresora y desobediente. Una intencionalidad que invita a no quedarnos cómodos y cuestionarnos. ¿Por qué debería mantenerse dentro de un espacio específico? ¿Por qué no ir más allá? ¿Hasta dónde los límites actuales nos condicionan? ¿Qué posibilidades reales tenemos de cambiar las cosas? ¿Podemos sobrevivir al orden actual de las cosas?
–¿Cómo se vincula esta instalación con otros trabajos tuyos y con tus actividades?
–Esta obra se vincula con lo que hice antes desde la materialidad. En la omnipresencia de la madera y en la geometría está la continuidad formal de mi trabajo. A su vez, mi actividad como diseñador y productor de muebles me permite disponer de la organización productiva y los materiales necesarios para llevar a cabo estos proyectos de escala monumental.
–¿Cuál es el destino de la obra después del museo?
–Han surgido muchos proyectos a partir de esta intervención, propuestas de llevar la obra a otras localidades y otras de generar nuevas intervenciones, redoblando la apuesta desde lo estructural y llevándolas a espacios urbanos al aire libre.
Para ver. La obra de sitio específico Un lugar para cuando llegue el fin de todas las cosas, de Martín Viecens, se puede visitar en el Museo Caraffa (Poeta Lugones 411). De martes a domingos de 10 a 20. Entrada: $ 15. Miércoles, gratis.
Martín Viecens presenta en el Museo Caraffa una estructura de escala monumental que sorprende a los visitantes. Provocar desconcierto y abrir el juego a las asociaciones son algunos de los objetivos de Un lugar para cuando llegue el fin de todas las cosas.