La acuarela habla desde lo emotivo, se fuga hacia otros lados, a diferencia de los objetos que, por lo proyectual, vienen más cargados con lo mental. Lo dice Leopoldo Estol frente a sus pinturas e instalaciones. Desde hace más de una década, el artista porteño trabaja fuera del lugar común. También escritor, con una intensa trayectoria en exposiciones, vino a Córdoba para componer en la galería de arte El Gran Vidrio (Jujuy y Humberto Primo) su último desafío: "Zarpar".
Después de una muestra a comienzo de año inspirada en el sur patagónico, llegar a Córdoba le planteaba un ¿y ahora qué? "Quizá se trata de volver al cocoliche", dice con sorna sobre sus conocidas instalaciones, sus mesas, como la que hizo años atrás en la galería Ruth Benzacar, en la que se mezclaba todo, cosas de supermercado, pan, vasitos, hisopos.
En esta muestra también hay una gran mesa y, debajo de ella, un viejo televisor emite una videoperformance realizada en la calle. "Al realizarla tuve en cuenta una postal de revuelto de cosas de la cocina y el baño, sin una lógica clara", cuenta.
Alrededor, se esparcen en la galería otras instalaciones en las que aparecen objetos encontrados, escenas que están rodeadas por acuarelas de distintos tamaños. "Quise que estuvieran todos los planos, esos trabajos en la calle complementan, nutren la muestra de una pregunta que está dando vueltas: ¿cuál es el lugar del artista?", dice Estol.
Es algo que a los 20 años no se planteaba tanto, piensa. "Asumía un espacio de artista heredado y, ahora, frente a lo movediza que es la sociedad argentina, me pregunto cuál es el lugar del artista", reflexiona.
–¿"Volver al cocoliche" es volver a un lugar propio?
–Estaba en un freezer, me sentía alejado de las instalaciones. Así como en 2005 o 2006 sentía la necesidad de un lenguaje que fuese diverso, de revolver, yuxtaponer, mezclar y contaminar; después sentí que eso me pasaba por arriba, como todo el discurso contemporáneo que hace eso permanentemente, que a veces se asemeja a eso que la gente llama "el todo vale".
Esta revisión de su trabajo marcó un distanciamiento con lo que venía haciendo. Y nuevas experiencias también lo marcaron: invitaciones como artista para trabajar en un barrio humilde en Tucumán, o la invitación de CIA (Centro de Investigaciones Artísticas) en la Villa 31. "Me fui metiendo en lugares más complejos, donde la gente no se pregunta qué es el arte si no que disfruta una canción", cuenta.
–¿En esa interfaz estarían las acuarelas?
–Creo que sí, las acuarelas llegaron a un lugar donde mi obra no es tan efímera. Las instalaciones se arman y se desarman. En un momento apareció la acuarela como una prolongación de intereses. Había estudiado con Martín Kovensky. La pintura estaba en un lugar, pero después me dejé llevar por el arte contemporáneo, por lo conceptual, por el collage, ahí hubo un tironeo, también mi inexperiencia, de alguien de 20 que está feliz de que le den pelota.
Vamos por partes
En El Gran Vidrio, además de la mesa gigante, hay otros objetos: un cartel que dice "laboratorio", una antena sobre un techito de lata, una gran ventana, una puerta de un auto, son todas situaciones. Leopoldo encontró receptividad en la galería para sus propuestas (la producción tuvo a su cargo Lucas Ardú).
"La primera idea fue ir a revolver a los depósitos; en el estacionamiento hay de todo, ahí apareció el cartel de laboratorio, el siguiente paso fue cortar los vidrios en una medida estándar. Después, un poco por el nombre de la muestra, 'Zarpar', como por la cosa marítima, me parecía bueno que tuviera envergadura la pieza en el espacio, como algo que puede ser una ventana de una casa o de un gran barco, eso a nivel espacial era una de las temibles presencias de este sitio, me tranquilizaba", añade.
Las escenas que generan estos objetos son fruto de la recolección. Aquí aparece la imagen del recolector (“nunca bien vista”, aclara) que en 2001 fue sostenida por los cartoneros.
La antena sobre la chapa es un link directo a la Villa 31, que genera el "desafortunado comentario de 'Ah son pobres pero tienen televisión satelital'". Estas atmósferas, siente el artista, también están en las acuarelas, que no por su candidez son menos densas. En todo se "filtra alguna cosa que tiene que ver con un vivir poco justo".
Control
En una de las acuarelas, Estol señala y hace ver la aparición de un "tema clásico": en relación al pensamiento sobre por qué necesitamos estar tan controlados. "Me acordé lo que pasó acá con la huelga de los policías (diciembre de 2013), y pensaba en el rol de los artistas", dice. En esa obra, hay que descubrir al artista retratando la escena violenta, en medio de la batahola. Pintar temas comprometidos con acuarela en vez de recurrir a "una bandera enorme que salga a la calle y llame la atención" ha sido su mejor estrategia.
En sus pinturas, los árboles están muy presentes, son personajes. En una de estas obras un árbol sostiene un diario en el que se lee en una página "Aumentó todo" y en la otra "Atentado". "En este mantra cotidiano el árbol expresa su desazón por cosas que van en contra de la armonía; es un árbol al que se le cayeron las hojas, ¿viste? El otro árbol anda en bicicleta, la fuga de la naturaleza", cuenta el artista.
Otra vez la violencia aparece mirando detrás (o debajo) de una enorme tortuga verde. "Detalles que surgen, la gente quedándose sin casa, muy de nuestra época", dice él. Lo que podría se a primera vista una imagen naif es en realidad la representación de un desarrollista inmobiliario que actúa lento, "va comprando las casitas y de repente tira abajo un barrio". Leo dice que es su manera de sublimar una violencia cotidiana.
Duchamp detrás del vidrio
"El nombre de la galería es inspirador", afirma Leopoldo Estol en referencia a El Gran Vidrio (nombre de la galería y de la famosa obra de Marcel Duchamp). "Mucha gente no conoce a Duchamp", dice sobre ese "sacerdote, chamán" que es para él el genial artista que produjo el gran giro en el arte a comienzos del siglo 20: "las cosas extrañas que hizo en su momento dieron lugar, ampliaron el campo de experimentación".
Con el ventanal, su acción es entablar un diálogo con la galería y abrir el libro de la historia del arte en una página. Y también lo que propone el espacio: "Hay una hora en la que el sol es proclive a atravesar esa ventana, y un rayo de sol le da vida".
De Duchamp, rescató la opacidad del arte: "Hay algo que uno no termina de poder delimitar, de saber de qué se trata, y es lo que nos mantiene un poco en vilo".
"Creo que la obra de Duchamp nos da conciencia de que esas idas y vueltas de nuestras dudas son la parte esencia de nuestro ser, las dudas nos constituyen. Porque la sociedad de hoy es muy taxativa y pretende tener individuos súper convencidos, y que no cambien de opinión, seguros, que hagan las cosas bien. El arte es un territorio blando".
Muestra y charla
El miércoles 21 de setiembre a las 18.30, en El Gran Vidrio (Jujuy y Humberto 1°), hay una charla abierta con presencia del artista. "El ciclo sin forma es una suerte de conversación que gira alrededor del arte y sus inspiraciones, acompañando también la presentación de Une lettre", adelanta. La muestra se puede ver de lunes a viernes de 13 a 19. Entrada gratuita.
Leopoldo Estol
(Buenos Aires, 1981) estudió arte en la UBA. Pasó por las clínicas de análisis de obra de Pablo Siquier, Jorge Macchi y workshops de dibujo con Martín Kovensky. En 2003 fue elegido para participar de la beca que coordinó Guillermo Kuitca junto al Centro Cultural Rojas. Expuso en las galerías Sendrós, Belleza y Felicidad, Ruth Benzacar y Document Art. También, en 2007, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y en la Bienal del Mercosur. Sus obras forman parte de las colecciones del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario y del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba).
Leopoldo Estol llega con su primera muestra individual a Córdoba, "Zarpar", que presenta en El Gran Vidrio. Es un poco "la vuelta al cocoliche", dice, y la posibilidad de proponer fugas a la imagen a través de la acuarela.