Tirado en el piso, en lo que podría ser cualquier esquina de barrio a muchos años luz de los escenarios galácticos y las batallas estelares, Darth Vader yace inconsciente, con su sable láser en modo inofensivo y evidentes signos de que nada podrá devolverlo por el momento al mundo de los sobrios. Lo delatan cuatro botellas vacías de cerveza, una que apenas se deja ver encanutada debajo de su cuerpo, otra que todavía custodia entre su pecho y su mano izquierda. Con su mano derecha, este alicaído titán del lado oscuro de la fuerza se las arregla para hacer una cansada V de la victoria, una especie de gesto mecánico que de todos modos comunica algún resto de vitalidad. Calavera no chilla.
Peronist Darth Vader se llama esta instalación conformada por un conjunto de esculturas blandas, realizadas en tela, con costuras a la vista y botones cosidos de la manera tosca en que lo hacen los niños cuando intentan sus primeros palotes con aguja e hilo. Es una de las piezas más conocidas del artista cordobés Pablo Peisino, un creador de humor bizarro, que se deleita con las visiones oscuras y se alimenta con frecuencia de los universos del cómic, las exageraciones sangrientas y descuartizamientos y colgajos de las peleas con zombis, las zagas de fantaciencia, el cine que extrema la fantasía. Y, por supuesto, lo que ahora se llama Star Wars y antes conocíamos como Guerra de las galaxias.
Sin desestimar chispazos políticos, con momentos exquisitos en los que el bordado es una de las ramas del dibujo fantástico, Peisino es un artista felizmente extraviado en una convención de fanáticos y tiene línea directa con la sensibilidad infantil. No extraña, por lo tanto, que Peronist Darth Vader y otras de sus obras estén en la selección que presenta “Momento lúdico”, una muestra que explora el universo de los juguetes y las experiencias vinculadas a la infancia, ya sea como evocación, como rescate de procedimientos, como conexión con lo que nos gustaba de chicos o lo que podía producir temblores cuando se apagaba la luz.
Obras de arte de un abigarrado grupo de artistas, juguetes de colección, piezas artesanales, rompecabezas y libros (vale la pena demorarse en los volúmenes interactivos de la Editora Cartonera Amarillo, Rojo y Azul), art toys y creaciones a mitad de camino entre todo lo anterior integran la muestra colectiva que tiene curaduría de Verónica Molas. La exposición, cuyas obras provienen en su gran mayoría de la colección de José Luis Lorenzo, se puede ver hasta septiembre en la Sala Farina de la Ciudad de las Artes.
A tono con la escala infantil, hay obras que son verdaderas miniaturas o que rinden tributo a las fuerzas secretas de lo pequeño: mini dibujos enmarcados en diapositivas de Cecilia Candia, el pony en yeso esmaltado de Daniela Gyor, el Fantasmita hecho de cuentas acrílicas tejidas de Román Vitali, las “escenas” melancólicas, entre bucólicas y fúnebres de Hernán Camoletto; el corderito que se ve en un espejo como lobo en una fotografía de Luciano Burba.
Es una delicia Niña Bosque, una animación de dibujos a lápiz de Aili Chen. En el extremo opuesto a esa delicadeza está Pelota de fútbol con tetillas masculina, una obra en silicona de la perturbadora serie Peletería Humana de Nicola Costantino.
Puntería es una talla en madera de Tulio Romano, que revive los días salvajes de la infancia, hondera en mano. Otra obra que lleva derecho a la tierra de los niños es un Chavo en cartapesta que Gustavo Piñero titula Miedo.
El arte es sin duda una de las maneras de recuperar las dinámicas del juego y abrir las emociones infantiles. Esta muestra tiene la llave.
Una colección de obras que remiten a la infancia se exhiben en la muestra Momento lúdico. Hasta el 2 de septiembre, en la Sala Farina.