“Yo nunca he pintado sueños. Lo que yo he representado era mi realidad”. Con esta y otras declaraciones, Frida Kahlo se ocupó de rechazar cada vez que pudo la credencial de bienvenida al club surrealista que André Breton insistía en entregarle. Frida nunca se dejó atrapar por esa mirada, que la elegía para inventar un supuesto surrealismo de energía y sensibilidad femenina, al que se sumaba un toque exótico. Para la tribu que comandaba Breton, la artista mejicana era una especie de surrealista intuitiva, que actuaba por instinto y no por devoción a los postulados vanguardistas sobre los pasadizos oníricos que llevan directo al inconsciente. Pamplinas francesas. No hay nada de eso en su pintura. Frida hacía los cuadros con lo que consideraba su realidad, y además estaba convencida de que los surrealistas eran unos hijos de la chingada.
Tampoco le caía bien un estereotipo que se ocupó de romper a golpes: el que le otorga a las mujeres el rol de musas, amantes, protectoras o diosas tutelares de los verdaderos genios. Su vida y su obra, se podría expresar de manera un poco dramática, articuló una lucha en varios frentes contra las convenciones. No pudo ser la mujer que su familia esperaba, ni la esposa dócil de Diego Rivera (fue el encuentro de “un elefante y una paloma”, graficó su madre sobre la unión de su hija con el titán del arte mejicano que se llevaba puesto todo lo que tenía mano), ni se acomodó a los modelos de belleza predominantes. Ni siquiera fue la pintora que algunos querían que fuera.
Para cualquiera hubiera sido una proeza sostener la pose de combate en tantos ámbitos, pero Frida Kahlo debió enfrentar además una cuota de tormento físico que parece imposible de medir. Tenía espina bífida, a los 6 años padeció poliomielitis y a los 18 sufrió un grave accidente. El ómnibus en el que viajaba fue aplastado por un tranvía. Toda su vida posterior se desenvolvió en la estela de ese impacto, que le provocó daños irreparables en la columna vertebral, se fracturó la clavícula, las costillas, la pelvis, la pierna y el pie derecho en diversos lugares. Fue sometida a 32 operaciones, en ocasiones como cobayo de experimentos quirúrgicos.
Una de sus frases célebres dice: “Sufrí dos graves accidentes en mi vida... Uno en el cual un tranvía me arrolló, y el segundo fue Diego”.
Se sabe que su arte fue el lugar donde se tramó la expresión de ese dolor. Fue una artista en carne viva, que dejó un extenso testimonio de esa existencia atormentada en autorretratos que la muestran convertida en un monstruo partido en mil pedazos, incrustada en pavorosos corsés de yeso, sangrando tras uno de sus abortos, pariendo muerte, vomitando su desesperanza en forma de calavera. En vida, Frida sólo pudo hacer una exposición individual.
Su fama póstuma se disparó en la década de 1980, y en los años siguientes alcanzó cifras psicóticas. Fue el mascarón de proa de la inserción del arte latinoamericano en los mercados dispuestos a pagar en oro imágenes con certificado de exotismo, lo que evitó lecturas más profundas de su trabajo.
Su obra Raíces se vendió en 2006 por más de cinco millones de dólares, batiendo uno de los récords del desquiciado mundo de las subastas y tironeando hacia arriba las cotizaciones del arte latinoamericano.
En simultáneo con el interés por su pintura, se consolidó una “Fridamanía” que ya lleva varias décadas, en la que se mezclan una admiración genuina por su figura de mujer desafiante y la explotación perversa de su imagen. Zapatillas, carcasas para celulares, almohadones, vestidos, bolsos, tequila, perfumes o imanes para heladeras con la cara de Frida o fragmentos de sus cuadros se venden en todo el planeta.
La Frida Kahlo Corporation, creada por una sobrina-nieta de la artista, regentea con mano firme el negocio. Ellos son los creadores de una aplicación oficial con contenidos exclusivos. También venden varios diseños de indumentaria, jabones, cremas, velas y hasta un costoso corsé de colección. Una de las normas de la corporación es que cualquier licencia de productos Frida Kahlo debe comenzar en el mercado mejicano. Hace unos años tuvieron el plan de construir un hotel-spa de lujo en la Riviera Maya.
La Frida Kahlo Corporation, ya de por sí polémica, es apenas la punta del iceberg de la parafernalia sobre la pintora que se puede encontrar en la peatonal, en la Salada o en mercados de cualquier lugar del mundo.
Por suerte, la vida de la mejicana más cojonuda también sigue inspirando arte y no sólo negocios. La actriz cordobesa Camila Sosa Villada anticipó que Despierta corazón dormido, su obra de teatro sobre Frida que estrenará el sábado 8, imagina qué pasaría si la artista volviera de su tumba y se enfrentara al cotillón mundial basado en su imagen. Un buen desafío para pensar su figura.
Frida Kahlo se convirtió en un fetiche global. La pasión por su arte de gran potencia y su vida atormentada es aprovechada por un mercado que comercializa su imagen en todo tipo de objetos.