La primera fascinación nunca se apaga, y es posible que siempre titile como un acecho de luz, aun en las penumbras más espesas. El niño Cristóbal Reinoso, allá en los días santafesinos, tenía una que le encendía las pupilas negras y hacía que su imaginación sintiera taquicardia cada vez que el quiosquero le golpeaba la puerta: la historieta.
Y la historieta era un mágico mundo que se hacía a mano, dibujando: todo cabía en esas dos dimensiones de tinta: el amor y el dolor; el bien y el mal, lo bello y lo feo, es decir, las mismas cosas con las que carga el misterio del mundo de tres dimensiones.
Acaso fue por eso, por sentir que la clave del misterio estaba en los lápices y el rastro que dejaban en el papel, y seguro que no tanto en las curiosas promesas de fama, dinero y chicas lindas que ofrecían los avisos en las revistas, que un día mandó una carta para anotarse en un curso de dibujo por correspondencia.
Aquello, que fue una vocación solitaria, se hizo convicción. Vino a Córdoba; publicó en Hortensia, y desde 1973 hasta hoy publica en la contratapa de Clarín con un estilo que hace de su firma, Crist, una marca única de sonrisa gráfica argentina.
Entretanto, fue guardando pilas de hojas entintadas con aquella fascinación, quizá pensando sin pensar en un momento de resplandor como este: acaba de publicar Homenaje a la historieta, un libro inmenso, por edición y contenido. Apenas se echan a correr las hojas, queda claro que se necesitará tiempo, asombro y emoción para andarlo.
Los celebrados dibujos de Crist son interminables de ver: hay tanta proeza gestual en esos infinitos trazos negros. La obra hilvana distintas etapas con sus diversos recursos, y responde varias preguntas por la afirmativa: ¿se puede hacer arte imitando las impresiones con los colores desfasados?; ¿es de valientes arriesgar la suerte de extraordinarios y complejos dibujos echándole encima el fantasma de colores de una revista?; ¿es posible aclarar el alma de lo negro con lavandina?
El universo de lo humano dibujado allí es apabullante. También hay una parte de su legión de seres con anteojos negros, que a simple vista sobrecogen, pero sobre todo intrigan (¿por qué una mujer desnuda, que se tapa el pubis con una mano, se esconde detrás de diminutas gafas oscuras?). Con cada dibujo va una sensación fuerte, bien cargada.
El libro no relata historias; las sugiere. Más bien, se ocupa del impulso creador que las pondrá a andar, de los misterios que puede atrapar el dibujante. Es la pasión de Crist lo que está en tinta.
Crist ha hecho de su firma una marca única de sonrisa gráfica argentina.