Dos pisos y una escalera separan el hogar de Crist (Santa Fe, 1946) del mundo exterior. Un refugio cálido y luminoso que permanece ajeno a las frenadas de ómnibus y las sirenas de policía de la sinuosa Castro Barros y desde donde el dibujante radicado en Córdoba ha dominado el aislado arte del dibujo a distancia: desde el lejano aprendizaje a través de cursos por correspondencia de revistas al trabajo de humorista gráfico que lleva a cabo para Clarín y otros medios desde hace más de cuatro décadas, Crist ha sabido arreglárselas para dedicarse a su pasión sin moverse del tablero. Su otra afición también es sedentaria, una ordenada colección de cantimploras y aviones y tanques y soldados en miniatura que conviven con los libros de arte y las fotografías.
Ese tierno museo de souvenirs bélicos adquiridos tanto en tiendas de Europa como en la local calle República de Israel es la herencia directa de una infancia acontecida en la posguerra y el fanatismo temprano por las historietas de aventuras de Hugo Pratt y Hector G. Oesterheld, a quienes Crist les dedica unas líneas sentidas en su flamante libro Homenaje a la historieta (Planeta). Allí el humorista se libera como nunca en una serie de trabajos de varias temáticas, técnicas y estilos que, sí, expresan su homenaje al noveno arte pero sobre todo evidencian la consabida madurez y oficio de Crist en el arte del dibujo. Mujeres, rufianes, gabardinas, caras y manos se contorsionan y expanden entre tramas, líneas y pincelazos de una sorpresiva fuerza y espontaneidad.
“Es un lujo el libro. Un gusto que me ha dado la editorial”, dice Crist, que inició la relación con Planeta escribiendo el prólogo para Boogie, el libro de oro, por la amistad que mantenía con Fontanarrosa. “Es insólito. Ahora me piden prólogos. Es que los he conocido a todos. A mí me gusta hacerlos”, reconoce el dibujante, que admite el carácter caprichoso del título. “Es una excusa para amontonar dibujos”, dice, y agrega que ya tiene nuevos libros en mente: “No hace mucho llenaba y llenaba carpetas. Ahora llegó el momento de editar. Ya era hora”, dice de oscuro, sentado en su tablero.
La mención a la historieta no es menor, ya que desencadenó el big bang de hojas surcadas por tinta china. “Fue el principio para mí –sigue Crist-. Empecé dibujando historietas, fue la primera calentura, la copia, como un curso. Cuando a los 11 años descubrí el famoso afiche de Hugo Pratt en la primera Hora cero ya intuía que el dibujo era lo que me interesaba. Ni sabía por qué, era un entusiasmo que no se lo cambiaría a nadie. Eso que siente un tipo cuando se calienta por algo, ponerme a copiar a Pratt, la necesidad de reproducirlo. No tiene explicación racional. Es un placer personal. Y lo notable es que en el barrio donde nací nadie hacía eso, era un placer solitario. Una vez que encontrás a tus pares la cosa ya cambia, decís ‘hay más locos de lo que pensaba’”.
La elección de Pratt como referente no estaba exenta de refinamiento, aunque Crist suma a otros artistas como Arturo del Castillo, José Luis Salinas o Harold Foster (“Para mí eran un equivalente a Velázquez si hubiera conocido El Prado”, compara) y los maestros de Pratt, Frank Robbins y Milton Caniff. Una educación que Crist practicó a distancia: “El curso de los 12 famosos artistas para un pibe de 11 años era la fantasía alimentada por la espera del correo, el sobre, los mensajes con las correcciones. Era algo mágico –recuerda-. Con las revistas también ocurría eso, tenías que buscarlas. Hora cero llegaba los miércoles. Mi vieja habló con Don Cardozo, el viejo del quiosco, que estaba a tres cuadras, para que me las trajera. Yo era un pendejo vago, estaba en la cama. Don Cardozo, correntino, decía ‘Llegó la Hora cero’. Yo estaba ahí esperando”.
Las leyendas concebidas por los autores de la edad dorada forjaron a fuego a la generación de Crist, que tenía a la Segunda Guerra Mundial respirando en la nuca. Una camada de creadores que eran también héroes, aventureros excéntricos de una era arrasada. Crist: “La Hora cero tenía las tres posibilidades. Estaba Ernie Pike, de guerra, El eternauta, de ciencia-ficción, y Randall, de cowboys. Nosotros estábamos preparados. Éramos una generación de posguerra. Se seguía hablando de ella. Había sido un suceso tan terriblemente importante. Las muertes, los bombardeos, las armas. Oesterheld era didáctico. No sólo te explicaba lo que eran las tropas sino que te describía las armas. Y de ahí me quedaron las manías como la de juntar cantimploras”.
Crist indica un mueble en su estudio repleto de cantimploras opacas, que así acumuladas revelan un arte pasado por alto: “Es la continuación de los dibujos de Pratt. Las fui encontrando en negocios europeos donde vendían rezagos de la Segunda Guerra. Esa es de 1945. Una estaba en Corea. Son auténticas, todas diferentes. Italianas, alemanas. Variaciones del mismo tema. Una está rota de un bayonetazo”.
Aguafuertes cordobesas
-¿Cómo recordás a Pratt?
–Era parecido al Sargento Kirk, nada más que gordo. Hablaba cocoliche, medio italiano y porteño. Me invitó una vez en Roma a comer en una trattoria, espaguetti a la putanesca con vino de damajuana. Lo veía morfar y no podía creerlo. Me di cuenta que era un tipo muy argentino, ídolos que se han dado acá, como Serrat. La biografía de Pratt es una historieta. Estuvo con el padre preso en un campo de concentración en África, de ahí le quedó eso de dibujar uniformes. Nosotros que le copiábamos nunca íbamos a llegar a eso, él lo había vivido en directo. También Caniff trabajó durante la guerra. Sabían dibujar armas, aviones. Todavía tengo colecciones de avioncitos que compro en los quioscos. Tanquecitos. Tendría que haberlos tenido de chico, no ahora.
-El libro dice que el dibujante gráfico es denostado por el medio artístico.
-Me tocó padecer eso en Córdoba. En un momento yo convivía con los pintores, los poetas en los bares, lo de ellos se parecía más a lo que yo hacía que otra cosa. Con Alonso también compartí muchas cosas. Iba siempre a Unquillo, a trabajar, hice aguafuertes. Ese fue otro tipo de admiración, lo que él hacía en el Martin fierro, La guerra al malón. Fue una revolución, junto a Castagnino. Pasa que a mí me ha calentado el dibujo, he tratado de no etiquetarme mucho, no hacerle asco a nada, interesarme. No sé si los resultados son de un artista plástico, un historietista o qué.
-¿Tu trabajo también se distancia de Córdoba?
-Yo no trabajo para Córdoba, pero trabajo en Córdoba. Es importante tener un lugar en el mundo. Después de haber girado, de haber vivido en otras partes, encontrar un lugar no es fácil. Un lugar incluso para pelearte con la gente del lugar. Enfrentarte. El asunto es hacer las relaciones. Después depende de cómo andés de las articulaciones. Lo ideal sería no tener que irse. Córdoba es una ciudad importante también porque tiene aeropuerto. Tenés la opción. El asunto es encontrar dónde instalar la mesa de dibujo, y chau. Y tener un lugar para guardar las cantimploras y los tanquecitos (risas).
Homenaje a la historieta
Crist
Planeta (2015)
168 páginas
$ 299
El humorista gráfico publicó Homenaje a la historieta, un libro de dibujos que homenajea a su primer amor y a sus maestros y que lo revela como un artista inquieto.