Güemes tiene una carga genética de malevaje, de puñal entre trapos. Cuando allá lejos y hace tiempo aparecieron los primeros emprendimientos culturales, el vaticinio en esa tierra de nadie sonaba a estrepitoso fracaso, a sembrar flores sobre baldosas. La osadía de fabricar un oasis de resistencia en una tierra indómita y peligrosa, donde las luces de la calle brillaban por su ausencia y en donde los grillos de la noche sonaban como balas buscando un blanco, increíblemente dio frutos. Esos primeros emprendimientos culturales arriesgados –entre los que se cuentan las precursoras salas del teatro La Luna y La Cochera–, se conjugaron con un puñado de artesanos para conseguir el milagro.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, el barrio Nueva Córdoba colapsaba por empacho de demanda edilicia. La solución parecía ser estirar los márgenes del barrio de los estudiantes hacia las mansas calles de barrio General Paz; pero cuando la zona de La Cañada comenzó a mostrar sus posibilidades, las empresas constructoras se fueron a poner ladrillo sobre ladrillo en la sede de la cultura independiente para aprovechar el envión de los pioneros. Había gente que copaba la zona lentamente los fines de semana, peregrinos de lejanos barrios que se daban panzadas de hipismo pintoresco en una versión enana del porteño San Telmo.
Los viejos vecinos comenzaron a quejarse por los ruidos molestos, los horarios se ampliaron y se empezaron a abrir negocios durante la semana; los nuevos emprendedores, los artesanos, las inmobiliarias y los funcionarios de cultura de la Municipalidad (bajo cuya órbita está la regulación del Paseo de las Artes), se propusieron ordenar el fenómeno, pero en un descuido, un grupo cortó La Cañada y ya no hubo vuelta atrás. El gobierno municipal coqueteó en un momento con volver peatonal la calle Belgrano para liberar el tramo tomado de La Cañada, pero el proyecto murió en papeles.
Antes vs después
La lenta mutación de esa zona arrastró consigo los sueños románticos de sandalias y sahumerios y, finalmente, el rubro gastronómico hincó el diente en las propiedades viejas y a remodelar. Sin dudas fue la guadaña de la cultura la que desmalezó las veredas peligrosas entre La Cañada y Vélez Sársfield, pero nadie avizoró que, en muy poco tiempo, la zona estallaría con la fuerza de una bomba de negocios.
Hoy conviven en tensa calma la oferta gastronómica, la cultura “under” y la promesa de negocios fructíferos. El orden de los factores, en este caso, incide directamente en el resultado: las tres fuerzas en pugna son la base de una contienda silenciosa en la búsqueda definitiva de un estilo. Güemes hoy es hippie, hipster, cool y turística; todo un pichón de Palermo Soho. Da tanto para un excelente emprendimiento comercial como para vender pan casero, instalar un puesto de artesanías o llenar una sala con grupos de música o teatro independiente, aunque todavía no ha nacido el espacio que pueda conjugar todas las aristas: el barrio no ha conseguido su perfil definitivo. Algunos dueños de restaurantes aducen que el tironeo está dado por la fuerza de las billeteras ABC1 contra la pasión romántica de la cultura independiente.
La ola que rompe contra los riscos tradicionales del under es la demanda instalada: más negocios, más lugar para estacionar, más opciones para dar un paseo.
La gran pregunta es: ¿están las propuestas culturales que hoy ofrece la zona a la altura de esa demanda? Si pensamos que el público silvestre que hoy consume cultura –en su más amplio sentido– es el que marca la pauta, el que se apropia del lugar, ¿los espacios “tradicionales”, los bares y salas independientes, están acondicionados para responder a esa demanda? Este año se reciclaron más locales que nunca, se instalaron negocios con cientos de alternativas y empezaron a mezclarse el diseño, la sustentabilidad, el esnobismo, las artesanías y la tradición.
Los arquitectos se dan pornográficos festines a la hora de rediseñar y refuncionalizar esos espacios; los gestores culturales se relamen a la hora de programar actividades en la zona. Pero nadie ha dado todavía en el clavo.
Güemes se construyó sobre peñas, murgas, recitales callejeros y esfuerzo a pulmón. Esos fenómenos “pintorescos” están dejando afuera al nuevo público, que en muchos casos no comulga con espectáculos sin sillas o con espacios incómodos. Tal parece que, a menos que se actualice, esa piedra basal de Güemes corre franco peligro de extinción.
El barrio del Paseo de las Artes vive un tironeo entre las billeteras ABC1, los nuevos emprendimientos gastronómicos y la pasión romántica de la cultura independiente.