Si alguien quisiera escribir una novela absurda pondría que en una Córdoba de profunda actividad artística hay un centro cultural en el que funciona una heladería (frío, frío) y hay otro centro cultural en el que una academia de karate ofrece sus clases privadas (zácate). Y nadie compraría ese libro, porque una cosa es el absurdo y un poco más allá estarían esas imágenes increíbles.
Bueno, imágenes que existieron, en definitiva, porque una heladería sí funcionó en el Centro Cultural San Vicente hasta hace poquito, a un módico alquiler de 600 pesitos al mes, aunque le exigieron al inquilino que se vaya (y como no se fue, le pusieron las heladeras de patitas en la calle). Tampoco hay karate ahora, pero hay yoga y relajación, o talleres que no encajan exactamente con los objetivos de un centro cultural.
La discusión es eterna: cultura es todo, pero tampoco hay que exagerar. La Municipalidad tiene espacios para actividades sociales, deportivas o talleres alternativos como los Centros de Participación Comunal (CPC), y en cambio hacen falta espacios para el desarrollo artístico, para grandes y chicos, para los que no tienen recursos.
¿Quién controla la actividad de talleres? ¿Todos los talleristas pagan el canon que exige el municipio? ¿Están seleccionados mediante proyectos y son rotativos? ¿O se manejan en muchos casos por amiguismos (en el mejor de los casos) e intereses que no tienen que ver con los intereses de una gestión cultural?
Muchas preguntas, pocas respuestas.
En medio de ese panorama de confusión, el hecho de que la Municipalidad de Córdoba ceda en comodato el Centro Cultural General Paz al Instituto Nacional de Teatro (INT) no podría ser nunca una mala noticia, menos si hay cinco millones de razones (de pesos) para refaccionarlo y ponerlo en condiciones para ver espectáculos, como en sus mejores años.
Pero ceder (palabra compleja) en comodato es también conceder cierta ineficacia de sucesivas gestiones municipales para sostener ese espacio por cuenta propia. ¿Qué harán con los demás centros culturales que tampoco están en condiciones, entonces? ¿Los irán cediendo uno a uno si es que no pueden ponerlos a funcionar como corresponde?
El tiempo no es un tema menor. Hacer un acuerdo por 30 años (suena lógico pensado desde el lado del INT, por la inversión económica que implica), compromete a ocho gestiones locales por delante, que no podrán disponer de un lugar histórico de la cultura local, venido a menos hace muchos años. A la luz de lo que ha ocurrido en las últimas gestiones, no sería un problema mayor.
Aplausos y silbidos
El acuerdo entre la Ciudad y la Nación se aplaude porque parece imposible reunir hoy a dos gobiernos de signo político distinto, pero se cuestiona también porque deja en evidencia algunos aspectos que muestran un futuro impreciso, sin claridad a la vista para emprender una gestión compartida.
A ver: si es tan difícil coordinar dentro de una misma área, con intereses de gestión mezclados con otros personales e individuales y algunos gremiales, parece imposible una comunión duradera entre dos gobiernos distintos y a la distancia.
¿Cómo funcionará el lugar durante un paro de municipales, por ejemplo? ¿Quién decidirá sobre la programación o la disposición de las salas? Y, para ser positivos, si hay acuerdo entre las actuales gestiones... ¿quién asegura que en las próximas (hay elecciones en un año) todo siga bien?
Hay varias aristas en este asunto complejo de los complejos culturales: el INT necesita y merece un espacio propio en una provincia como Córdoba (y el plan es que haya una en cada provincia argentina), cuya actividad teatral está en aumento. Sin embargo, con el mismo presupuesto asignado al General Paz podrían haber pensado en un nuevo espacio, propio, autónomo, para el desarrollo del teatro independiente local. Podrían haber tomado La Piojera, por ejemplo, porque no es lo mismo que rescatar un centro cultural venido a menos por ineficientes gestiones que abrir uno nuevo.
También podrían haber elegido otra ciudad de Córdoba y no la Capital, para no pecar del centralismo que tanto se cuestiona desde aquí al mirar a esa Buenos Aires de la que se habla cuando se habla de “la Nación”.
Los fantasmas no permiten pegar un ojo, y lo que se ve a es pesimista: los fondos no llegan para La Piojera y el acuerdo con la Nación está en suspenso (para expropiar el inmueble, el municipio pagó 3,25 millones de pesos); el inconcluso Comedia (para el que ni Provincia ni Nación colaboraron en recuperar), tenía fecha de apertura y obra programada para el estreno (Fahrenheit), y actores y directores convocados, pero no avanzó casi nada en más de un año.
Más allá de las intenciones, la gestión cultural no puede quedar ligada a eventuales acuerdos, tan imprecisos.
Hay que hacer algo rápido: antes de que se hagan agua los helados. l
El caso del Centro Cultural General Paz deja aspectos para analizar sobre las gestiones pasadas, presentes y futuras.