Se asoman por un momento al sol y sus figuras se recortan sobre la postal de un viejo silo y las vías que alguna vez fueron como las venas por las que fluía la sabia de la pampa gringa. Thierry Ferreira, francés, y Raúl “Pájaro” Gómez, porteño y argentino, como el resto de la docena de escultores que trabajan bajo el techo de uno de los galpones del ferrocarril, han cambiado de paisaje: de Resistencia a Marcos Juárez.
“Es interesante vivir este cambio. Esto es como más íntimo, tenemos menos actividades. Creo que también disfrutamos más en el grupo de escultores, es que tenemos más confianza, hay amistad”, decía Thierry el jueves, en plena acción.
“Pasa que llegamos cansados, no sólo físicamente, sino también mentalmente. Creo que nos estamos ganando las vacaciones”, soltaba “Pájaro” con una risa. “Marcos Juárez es diferente a Chaco, a la misma ciudad de Córdoba –agregaba–. Es otra sociedad, con otra historia económica y social. Están viniendo los chicos de las escuelas, y cuando se acercan a las esculturas tal vez se acercan a un universo diferente. Disfrutamos de eso”.
Acero en movimiento
La materia sobre la que trabajan es otra vez acero inoxidable, aunque el tema es “La danza”. “Esto es un proceso de trabajo. La experiencia y la formación se capitalizan en una manera de abordar la obra”, contaba el francés, y el argentino asentía: “Cada uno tiene su historia de trabajo. Mientras la danza es movimiento, la escultura es fija. La idea es capturar esa historia del movimiento”.
Las pieles y las ropas de “Pájaro” y Thierry están empapadas de huellas de trabajo. Es que estos son días de ser laburantes, obreros de su propia inspiración. “El tiempo que tenemos, de una semana, es muy acotado. Una obra como ésta a mi me llevaría por lo menos el triple de días. La idea con que uno venía siempre se modifica en algo: pasa que tenés un contexto que te sugiere percepciones. Cuando la tarea está concluida, entregás la obra y no tenés tiempo de detenerte a mirarla. Pero no todo se muere al séptimo día, sino que la obra sigue su propia historia”, decía el argentino.
Y el francés lo veía de este modo: “Estás corriendo detrás de una escultura; todos estamos corriendo. Y esto no es una crítica, sino que son otras reglas. En realidad, lo que hacemos es más bien una performance. Este año he participado en varios simposios, creo que más de lo aconsejable. Es que se necesita detenerse un tiempo para dedicárselo a la creación”.
En cuanto al destino de la obra, Thierry tiene sentimientos contradictorios: “Por un lado, uno se desprende de ella y queda en otras manos. Es una criatura, algo que no está terminado y que empieza. Uno no sabe, por ejemplo, si va a ser bien colocada. Por otro lado, es un honor dejar una obra para una comunidad”.
“Que una obra tuya pase a ser parte de un lugar hace a su propia historia personal –intervino “Pájaro”–. Es como un hijo: no podés hacerte cargo de todo lo que le pasa a ella: tiene que tener su propia vida, aunque siempre, de algún modo, estarás atado”.
Thierry, quien fue el ganador del primer premio en Resistencia (“los premios son asuntos de los jurados”, coinciden) miraba hacia sus compañeros en plena tarea y señalaba a Hugo Maciel, de Portugal, sentado en el piso, renegando con el acero; a Piotr Twardowski, polaco, soldando sin parar. Ya se arrimarían a darles uno mano. “Es así, nos volveremos a encontrar en otros simposios con algunos y les preguntaremos qué saben de los otros. Recién dentro de unos días tendremos conciencia de lo que hemos vivido aquí. Los recuerdos son lo más valioso que nos llevaremos”.
Raúl “Pájaro” Gómez, argentino, y Thierry Ferreira, francés, comparten la experiencia de trabajar a toda prisa en Marcos Juárez, como antes lo hicieron en Resistencia. Sus obras quedarán en la comunidad cordobesa.