Quino tenía sentimientos encontrados con su criatura más famosa. La admiraba, al igual que millones de lectores de todo el mundo, pero también la consideraba una niña mimada por demás. La preferida de todos. “Yo no hago diferencias entre Mafalda y mis otros dibujos”, decía el dibujante argentino cuyo nombre real es Joaquín Salvador Lavado, fallecido este miércoles a los 88 años en Mendoza, su ciudad natal.
El pasado martes, la niña eterna hubiera cumplido 56 años. Mafalda nació el 29 de septiembre de 1964, junto a su inolvidable pandilla, en el semanario Primera Plana. Para algunos, Quino incurrió en una especie de infanticidio el día que dejó de dibujarla, en 1973, cuando la tira iba por su quinto año en la revista Siete Días.
Aunque su “papá” no la extrañaba demasiado, se notaban los lazos de sangre. El humorista gráfico y su dibujo más famoso expresaban con frecuencia un inconformismo radical, y manifestaban una rebeldía que mezclaba acidez y ternura en dosis parejas. Ganas de construir un mundo más amable infiltrado por un escepticismo crudo.
“Entonces teníamos ideales políticos de que el mundo podía cambiar para mejor. Hoy esto es una utopía, uno cree por la obligación de que hay que creer en un futuro, pero en el fondo ya no cree en nada”, decía Quino en una entrevista con La Voz, en 2004, en referencia a los sueños que habían guiado a su generación, y que también habían impregnado las convicciones de Mafalda.
En muchos sentidos, la niña de cara redonda, vestidito y moño fue hija de su tiempo. La tira fue el retrato detallado de una época marcada a fuego por la guerra de Vietnam y la música de los Beatles, el persistente temor al poderío chino (un sentimiento que hoy parece tener más vigencia que nunca), las convulsiones tercermundistas, la carrera espacial y algunos filamentos de feminismo combinados con las esperanzas de progreso de una clase media con sello bien argentino que juntaba monedas para comprarse un Citroën 2CV.
Muchos de esos tópicos de los ’60 son parte del pasado. Sin embargo, Mafalda atravesó las décadas sin perder actualidad ni eficacia. En sucesivas ediciones (en 2016 hubo, incluso, una versión en sistema Braille), traducida a 30 idiomas, se convirtió en objeto de deleite, risas y reflexiones para públicos de todo el planeta.
Su poder sigue intacto. “Ernesto Sábato me dijo una vez que los temas que yo toco son los problemas universales inherentes al ser humano: los celos, el amor, las guerras, la corrupción, la naturaleza. Y eso podrá cambiar levemente de una cultura a otra, pero no demasiado”, respondía Quino a una pregunta sobre la vigencia de su creación.
A Mafalda la acompañan (usemos el verbo en presente) su mamá, su papá y su hermanito Guille. El catálogo de personajes incluye a Susanita, atrapada para siempre en sus ensoñaciones casamenteras. También están Manolito, brutalmente empeñado en salir adelante en el almacén de su padre; la incandescente Libertad, pequeña socialista inspirada en una abuela de Quino que adhería al comunismo; y el inefable Felipe, idealista ingenuo, posiblemente su “hijo” predilecto.
Mi vida es un dibujo
Quino nació en Mendoza el 17 de julio de 1932. Su amor por el dibujo apareció de niño, hechizado por las imágenes que veía salir de la mano de su tío Joaquín Tejón, pintor y diseñador gráfico. Con solo 13 años empezó a estudiar Bellas Artes, y a los 17 reencaminó su pasión para meterse de lleno con las historietas y el humor. Confesó muchas veces que no se sentía un gran dibujante.
La primera recopilación de sus trabajos fue Mundo Quino, de 1963. Tras el golpe de Estado de 1976, el artista gráfico se exilió en Milán (Italia). En 1990, adoptó la nacionalidad española. Vivió muchos años entre Madrid y Buenos Aires. En 2017, tras la muerte de su esposa, Alicia Colombo, regresó a Mendoza, donde recibía los cuidados de sus familiares. En 2006 había dejado de dibujar con regularidad, y para 2019 ya estaba casi ciego.
Además de Mafalda, la tira que lo consagró internacionalmente, produjo incansablemente para diarios y revistas de varios países y publicó libros como Potentes, prepotentes e impotentes, Quinoterapia, Gente en su sitio, ¡Qué presente impresentable! y Yo no fui.
Una gran muestra de su producción, que rendía homenaje a 50 años de trabajo y celebraba además los 40 de Mafalda, se vio en 2004 en el Museo Caraffa de la ciudad de Córdoba. La exposición arrancaba en 1954, cuando el joven mendocino Joaquín Lavado trajinaba por las redacciones porteñas buscando que le publicaran un dibujo, lo que finalmente logró hacer realidad en el semanario Esto Es. El recorrido por las publicaciones que luego albergaron sus creaciones incluía desde Avivato y Rico Tipo hasta Siete Días y El Mundo.
Uno de los dibujos expuestos en esa oportunidad es un autorretrato de Quino, en el que se representa con un traje de presidiario. En vez de las típicas rayitas en blanco y negro, el traje está íntegramente cubierto por los personajes de sus tiras. “El mensaje es bastante claro y elocuente. Significa que estoy prisionero de mi propio trabajo”, contaba el dibujante en diálogo con La Voz.
La carrera de Quino, que lo consagró como el humorista gráfico de habla hispana más trascendente, obtuvo numerosos homenajes y galardones. En 2012 recibió la medalla oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, y en 2014 se le entregó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Con frecuencia, su obra tocó temas de actualidad y cuestiones referidas a la realidad mundial o local, sin dejar de lado penetrantes incursiones de tipo existencial, siempre movidas por un humor punzante, lleno de ironía.
La nena inmortal
Mafalda es la gran novela sobre la clase media que la literatura argentina nunca se atrevió a escribir, señaló el narrador Rodrigo Fresán sobre la creación de Quino.
La tira más célebre del dibujante, que desde hace décadas acompaña a varias generaciones, es asimismo un fenómeno cultural que permite ingresar a un momento clave de la Argentina. En Mafalda: historia social y política (Fondo de Cultura Económica), la investigadora Isabella Cosse rastrea temas claves de la historieta como el autoritarismo, el feminismo, los enfrentamientos generacionales, la identidad de clase y los cuestionamientos al orden familiar.
Quino le achacaba a su chica mimada haber dejado en la sombra al resto de sus criaturas. Reproches de padre: “Si fuera una música, diría que la melodía Mafalda me salió muy pegadiza”, se lamentaba.
Entre las razones de que la nena cuestionadora sea inolvidable, la preferida de todos, está el cuadrito en que Mafalda, en su afán de cambiar el mundo, aunque más no sea con un retoque, le aplica a un globo terráqueo las cremas de belleza que usa su madre.