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¿Y ahora qué? Una opinión tras la muerte de Quino

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En perspectiva, Quino es no sólo el más especial y completo de los humoristas gráficos argentinos, sino también el eslabón central entre la gran era de la historieta humorística nacional de la década de 1950 y el renovado boom que esa disciplina tuvo en las décadas de 1970 y de 1980, el puente de oro que va de Divito, Lino Palacio, Oski y otros a Caloi, Fontanarrosa, Rep y otros.

Hablamos de un genio, sí, pero no un genio por inspiración divina, sino de uno que transpiraba: a cada tira de Mafalda le dedicaba una jornada mínima de ocho horas y, en el caso de su página semanal en Clarín Revista, transitaba un proceso creativo de varios días hasta llegar a la forma que finalmente adquirían esas piezas.

Hablamos, además, de un genio que sostuvo una conducta de dignidad y elegancia propia de los campeones que saben bajarse a tiempo de las cosas. Cuando Quino dejó de hacer Mafalda, estaba en el pico de un éxito que significaba satisfacción y dinero. Pero abandonó ese universo que podría haber explotado muchos años más para obtener más libertad, para recorrer otros caminos de la creación. Y luego, cuando su salud le empezó a dificultar el dibujo, prefirió bajarse completamente de la publicación antes de exponer deterioro o reiteración en su arte.

Más allá de toda valoración intelectual y estética, inabarcable, la obra de Quino es fundamental por cómo se hizo carne en toda una porción de la sociedad. 

Muchos pasajes y giros de sus tiras, viñetas y páginas constituyen una especie de anecdotario que, aun ficticio, integra la memoria vivencial de muchos, asiduos, reincidentes lectores.

La serie Mafalda representa una sociedad y una época de manera impecable, al punto de que gruesos tratados académicos analizan esa representación que el autor habrá construido un poco con reflejos biográficos y mediante su sagacidad y otro poco de modo inconsciente, como un auténtico catalizador. 

Sin embargo, esas marcas espacio temporales no obstaculizan que nuevos lectores, niños y jóvenes de muy diferentes partes de mundo, sigan accediendo y disfrutando de esas tiras. 

Y sus “chistes” de los domingos ya son directamente un compendio filosófico universal, con piezas que llevan a pensar, incluso, en el sentido de la vida. Recordemos aquella secuencia en la que un tipito lidia con una “galleta” de hilo durante muchos cuadritos hasta que, al perder la paciencia, pega un tirón a lo bruto y el cordel queda totalmente desenredado. El tipito piensa entonces algo como ¿Y ahora qué?  Quizás algo así pudo haber pensado Joaquín Salvador Lavado años después, pese a lo meditado e indeclinable de su decisión, cuando se retiró: ¿Y ahora qué? 

Quino (Archivo La Voz)

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