"Yo salgo a la calle y soy observado, me guste o no. Qué hago yo con ese ojo que me persigue, que me vigila, me acepta o me rechaza es una tarea posterior que tengo que hacer. La experiencia urbana ha tatuado mi cuerpo, y ese tatuaje ha derivado en una práctica artística", dice Elian Chali, 31 años, cordobés, reconocido por sus intervenciones urbanas a gran escala alrededor de medio mundo.
"Hay un momento en que las miradas se vuelven como ladrillos en la espalda", añade sobre la experiencia de caminar las veredas de cualquier ciudad y sentir que algo lo golpea. Dice también que "uno puede decidir revolear ese ladrillo y romper un vidrio, o uno puede agarrarlo y construir algo. Eso es lo que me define como artista, esa es la única forma en que me interesa utilizar ese ladrillo". Hacerlo poesía, pintura, cimiento de una construcción subjetiva que impregna sus maneras de pensar el arte.
Elian posee una diversidad genética que afectó su cadena ósea y su estatura. Tiene algunas dificultades motoras. Se define como diverso corporal y adhiere al colectivo de discapacidad. Dice que la palabra discapacidad no tiene que ir entre comillas. Dice también: "Todos salimos de la norma, porque la verdad es que la norma es imposible de cumplir. Lo que pasa es que algunos salimos más que otros".
Continuar su extensa reflexión sobre las ciudades y proponer diálogos en torno al espacio es lo que lleva a cabo en "Manifiesto", la muestra que abrió al público el miércoles en Casa Naranja (La Tablada 451). Después de la exposición de Antonio Seguí inaugurada en 2017, es el único artista cordobés al que este espacio le dedica una individual. La apertura convocó a 1.300 personas.
"Manifiesto" es un conjunto de intervenciones en clara tensión con el edificio corporativo de Tarjeta Naranja, un lugar conflictivo para el artista no sólo por sus características arquitectónicas. "Nunca sé qué hacer con los museos, los centros culturales, las galerías. No son los contextos que yo prefiero ni son los lugares cómodos para mí, pero son quizás los lugares que hay que habitar para aprender", dice sobre este nuevo desafío.
De afuera hacia adentro
Un muro de 60 metros de largo, que se erige en el límite de la plaza seca y la vereda, perfora el edificio e irrumpe en el hall como un mastodonte cuyos significados precisan ser interpretados. La gigantesca pieza se denomina Talón de Aquiles. Elian la eligió para señalar, entre otras cosas, que se trata de meter adentro lo que está afuera, de hacer vibrar lo privado con un ladrillazo público que se mete por la ventana, y para dejar una huella de origen. "Hay como una actitud muy grafitera que habla de dónde vengo en la elección del muro como dispositivo", señala el artista que se inició en las calles, pintando paredes con aerosoles.
El gran ventanal posterior de Casa Naranja es el soporte de otras de las intervenciones, Horizonte cancelado, cuyo título dice bastante sobre sus objetivos. Manchas enormes de rojo, amarillo, azul y verde cierran casi por completo esa entrada de luz natural, y de paso cancelan la vista hacia el murallón gris y los macetones con plantas raquíticas que se encuentran detrás del vidrio.
Lo que habitualmente es el "cubo blanco" del espacio, utilizado para colgar obra en condiciones que se asemejen a las de un museo, fue convertido en una sala verde (llamada Tensión), donde se resalta el rojo furioso de una columna, con borrones de blanco como los que se generan en una pantalla cuando se usa la herramienta de borrado.
Lo más parecido a "cuadros" en la muestra es el conjunto de carteles denominado Arrastre. Allí, Elian propone siete soportes de cartelería utilizados para anuncios en la calle. "Son carteles montados en prosa museística –describe el artista–, a una altura media, iluminados como si fueran obras maestras. Los carteles han estado saturando la vía pública, anunciando la muestra. Dejé algunos pedazos de afiches para señalar de dónde vienen".
"Manifiesto" incluye también una sala biográfica que funciona como un viaje visual por las ciudades, de Córdoba a Moscú, de Londres a Montreal, en la que Elian ha trabajado sobre fachadas y muros.
No (siempre) se puede
Un contenido autobiográfico desnudo, que desgarra la piel fría de los colores planos y la pureza de sus ejercicios plásticos, irrumpe en la muestra a través de una pieza gráfica inusual en el arte de Elian. Se trata de un texto, el "Manifiesto" propiamente dicho, escrito a mano sobre una pared, en carbonilla.
"La intención es cortar el clima que mi obra usualmente genera. En mi trabajo hay un pasivo agresivo que no sé si siempre se lee, pero para mí es como un móvil. Me interesaba que esto no se vea como una muestra pictórica o un ejercicio plástico. Que se entienda que hay un sujeto político pensando este proyecto", dice sobre esa escritura cruda, una mezcla de relato de vivencias y alegato político sobre la diversidad, el abandono social y las vidas canceladas en las urbes que caminamos todos los días sin mirar para el costado.
"La calle ha sido el móvil para entender mi diversidad corporal –señala–. Puedo reconocerme y adherir al colectivo de discapacidad gracias a las experiencias que he tenido habitando las urbes. Es un olfato que estoy teniendo relativamente hace poco, hace unos años estoy entendiendo esta cosa de mi corporalidad en relación a la ciudad".
Enfatiza que no le interesa volver "panfletaria" su obra, porque cree que eso le resta potencia: "Ese texto busca poner en evidencia algo que mi pintura no quiere poner en evidencia. Yo no le adjudico esa responsabilidad a la pintura, pero a la vez mi práctica sí ha hecho eso en un sentido más amplio".
–¿Por qué decidiste incorporar en la muestra un texto tan cargado de intimidad? ¿Había surgido previamente en tu trabajo artístico ese tono casi confesional, que te deja expuesto, como a corazón abierto?
–Estoy descubriendo que la práctica artística, las experiencias de vida y todo lo que sucede en el medio, es una cosa bastante circular. Es decir, se afecta todo con todo, ya que es un mismo cuerpo el nodo que logra vincularlo. Cuando la pulsión que te lleva para delante se trata básicamente en preguntar, responder, problematizar o interpretar, no hay forma de entender tu labor o una vivencia de manera aislada, como si fuera una prenda que te ponés y te sacás o un lugar al que entrás y salís. Es una suerte vivirlo como una experiencia total, para que la multiplicidad de herramientas se apliquen en circunstancias diversas de la vida. Y sí, habían surgido y surgen. No tengo interés por ahora en volver mi obra –o por lo menos lo que se ve de ella– un asunto confesional archievidente, sino más bien aprovechar esa poética, ese lenguaje abstracto, esa dialéctica, para poder hablar de otras formas. Pero sin dudas, una arista de mi trabajo puede tironear de otra con una lógica de colaboración, como he hecho anteriormente con la fotografía, los textos más estructurados como ensayos, alguna que otra experiencia performativa. Puede ser que mis obras en gran escala y todo lo que gira alrededor de estas, sea lo que más visibilidad tiene, pero son muchos campos los que me interesan y por los que olfateo para esa construcción de un nuevo sentido común que anhelo. Específicamente en ese texto y en esta muestra, la idea hacer una interrupción de la narrativa formal, de la atmósfera del proyecto. No solo por su capacidad de contraste, sino también en su modo de ejecución. Carbonilla escrita a mano directa sobre pared, que, como sabemos, solo basta pasarle el dedo para que se borre, esto me permite ponerle un carácter de “sujeto a cambio/efímero/fragil” que el contenido del texto tiene.
–En las primeras líneas hablás de un desahogo, de un llanto añejo, de una inyección de rabia. ¿Era algo que estaba como guardado? ¿Es algo que surgió a partir de algún hecho puntual?
–No suelo guardarme mucho las cosas, y no me sucedió nada puntual. Creo que lo que hice fue una reconfiguración de vivencias o experiencias que me encontré hurgando en los cajones internos. Cuando uno destapa la olla o corre el velo y se encuentra con el horror, a veces no hay margen ni tiempo de organizar lo que puede brotar.
–El "Manifiesto" tiene una veta de alegato político, una apelación a lo colectivo, un llamado a defender un lugar de infelicidad como un punto vital que no se puede eludir. ¿Lo pensás de ese modo?
–Totalmente. Lo pongo a disposición para que sea continuado, modificado o recortado. Considero que no me pertenece. Mis experiencias son las de muchas personas, con la diferencia de que desde varios lugares (privilegios, vocación, intereses) yo tengo un megáfono en la mano. Lo mínimo que puedo hacer es intentar socializarlo. Pienso que la dictadura de la felicidad (alegría, bienestar, positivism culture, emprendedurismo, "sisepuede" y mindfulnes, entre otras coerciones espirituales) ha corroído nuestro verdadero campo emocional inferiorizando los saberes que producen la tristeza, la falta de ganas, la ansiedad, el resentimiento, que de hecho son nuestras emociones cotidianas; son las que nos atraviesan la mayor cantidad del tiempo. Si pudiéramos tomarlas o habitarlas de un modo reivindicativo, no nos pesaría tanto esta catástrofe de realidad. No, no-se-puede. No siempre podemos.
–Hay como un entrelíneas sobre tu condición física, tu "discapacidad", y sobre el modo en que eso te define como un sujeto político con determinadas características. ¿La experiencia de ese sujeto en el que te reconocés, ha sido predominantemente de dolor, de postergación, de dificultad?
–Prefiero entenderlo como diversidad física, y el entrecomillado no es necesario, está bien utilizado el termino discapacidad, ya que adhiero al mismo como colectivo (lo aclaro porque hay personas diversofuncionales, diversocorporales, neurodivergentes o con otras formas de variación respecto de los cuerpos normativos que no adhieren al colectivo de discapacidad, por ejemplo la vicepresidente que se autodenomina "accidentada"). Con el tiempo vas identificando que la violencia tiene múltiples formas, entonces ves para atrás y te encontrás con el cuerpo lleno de tajos. Pero la verdad es que no soy un pibe sufriente, he hecho de esta carcaza una plataforma de pensamiento, y como ofrenda me devuelve todos los días otro sentido común. La diversidad funcional o diversidad corporal es el shortcut para denominar mi corporalidad, que no responde a los términos normativos del prototipo humano capitalista prosumidor (productor-consumidor). Discapacidad es el término político situado frente a una coyuntura. Es decir, en la medida en que existan señalamientos por esa diferencia, esa mirada correctora determina un sujeto político. En la medida en que exista el abandono social de parte del Estado y la repetitiva destrucción de los derechos de personas diversas, ese móvil configura un sujeto político. En la medida en que el sistema de salud junto a la industria farmacéutica, alimentaria e inmobiliaria bajo el paraguas estatal no se esfuerce en –ni siquiera le interese– garantizar ciertas condiciones básicas de bienestar y solo constituyan estrategias de control y vigilancia, esa intencionalidad es terreno fértil para la construcción de un sujeto político. Adherir al colectivo de discapacidad me localiza en un lugar de denuncia. Es un reconocimiento no de mi propia singularidad, sino de mi propia singularidad en contexto. Es poder identificar el señalamiento que nos hace el horrible mundo que vivimos por nuestra diferencia. Es la violencia institucional que sufrimos muchos colectivos o minorías, es interpretar con el filo de la experiencia hecha cuerpo el deseo odiante del Estado por nuestra desaparición. Es saber que no calzamos en la matriz de la normatividad. Es la conciencia solidaria con otros colectivos que atraviesan situaciones similares. Pero sobre todas las cosas, es un llamado a la organización.
Arte politizado sí, arte político no
–Decís que te sentís un privilegiado en términos relativos. En el texto hablás de vidas canceladas, de abandono social…
–Me siento un privilegiado desde varios lugares. No puedo no reconocer que mi corporalidad (por ahora) me permite desplazarme sin ayuda de terceros, puedo trabajar, puedo tomar una ducha solo, puedo sortear los grandes obstáculos de esta ciudad espantosamente planificada y mal diseñada sin adaptaciones ni estrategias de facilitación. Eso ya es un gran privilegio que goza la mayoría y no es consciente de ello. También es real que mi privilegio de clase me ha permitido desarrollarme dentro de los parámetros normales: acceder a la educación, vivir dentro de la ciudad, poder participar de la cultura, pero sobre todas las cosas, poder ser usuario de los sistemas de salud privados ya que ni el Estado ni las obras sociales ni ningún tipo de institución relacionada a los planes médicos tienen intención de ampararme. Esa realidad no es solo mía. Si no, fijate en las personas que viven en barrios periféricos, que no pueden recurrir a una silla de ruedas y tienen que ser llevadas alzando por vecinos a lo largo de tres 3 ó 4 kilómetros para poder subirse a un colectivo en el barrio del lado. ¿Sabés lo que es que la silla de ruedas no se desplace porque el hilo de agua servida genera un barro constante en la puerta de tu casa? ¿Te imaginás lo que es crecer con síndrome de Down en un barrio-ciudad abandonado? ¡Hacer un bastón para una persona no vidente con un palo! Sin duda, frente a estas situaciones aparecen la solidaridad vecinal y la conciencia comunitaria. Eso es una respuesta urgente al abandono del Estado que claramente es responsable, ¿no? Desde este lugar me considero un discapacitado privilegiado y me focaliza adherir al colectivo para pensar y actuar de manera grupal. Mi condición de privilegio no puede sobreponerse a las realidades de otrxs, lo único que puedo hacer es cuestionarlo, socializar las herramientas y disputar en cada espacio algún tipo de dignidad posible.
–En tu desempeño como artista preferiste habitualmente no contaminar con un "mensaje", como si tu arte hubiera estado siempre preservado de meterse literalmente con estas temáticas. Aunque es evidente que son cosas que te interpelan, y mucho. La pregunta sería: ¿Por qué?
–Porque no veo al arte como un panfleto. Prefiero entender al arte con su propia poesía, asumiendo que obligatoriamente todas estas vivencias van afectarse entre sí en algún momento. Creo en un arte politizado, que es la posibilidad de cierta conciencia en los andariveles de la ética. El arte político en cambio, cuasi como disciplina o recurso formal, me huele a arrastre de capital simbólico, a esa experiencia falocéntrica de algunos autodenominados líderes de organizaciones sociales; me huele a políticas partidarias socias de este Estado enmohecido. Me aburren y me producen un tremendo asco las producciones culturales que lo único que hacen es autoconfirmarse a través de las luchas sociales abandonando su deseo de un mundo distinto. Eso es instrumentalizar el dolor colectivo para beneficio personal. Considero que eso es estar del lado de la Policía, que es el lado del que muchas veces estamos sin darnos cuenta, sin quererlo.
Para ver. "Manifiesto" se puede visitar en Casa Naranja (La Tablada 451) hasta el 31 de enero de 2020, de lunes a viernes de 10 a 20, sábados de 14 a 20. El recorrido dispone de audioguías para recorrer la muestra. Los viernes y sábados desde las 17 se realizarán visitas guiadas.