Producir arte en lo que fueron celdas no es algo habitual. Los cordobeses Guillermo Mena y Santiago Viale comparten con VOS cómo es la residencia en el Espacio de Arte Contemporáneo de Montevideo (Uruguay) que funciona en lo que fue desde fines del siglo 19 hasta el retorno de la democracia en 1985 la cárcel de Migueletes.
Remodelada la arquitectura carcelaria, el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) hoy está dedicado a la producción y exhibición de obras y proyectos. Sin embargo, su pasado como cárcel de menores, y de mujeres, e incluso como centro de detención durante la dictadura, deja sus huellas.
Guillermo concluye la estadía en su residencia. Y a Santiago le quedan unas semanas más. Mientras despide a un colega, ya recibe a otros artistas que llegaron también desde Córdoba para transitar la misma experiencia: Daiana Martinello, Valeria López, y Pablo Javier Martínez.
Guillermo Mena: un espacio carbonizado
Mena quedó seleccionado para una “Residencia Independiente” de cinco semanas, una de las posibilidades que ofrece la convocatoria anual del EAC (actualmente en curso en http://www.eac.gub.uy). Cuenta el artista: “En el subsuelo están los artistas en residencia cuyos proyectos incluso los expositivos ocupan espacios de celdas que han sido restauradas casi a cubo blanco, pero mantienen las dimensiones y estructura de la típica celda de la prisión de 2,50 x 4 metros”.
Los residentes tienen a disposición dos celdas enfrentadas, una para taller o estudio, y otra para montaje o exploración expositiva del proceso, explica Mena. Los artistas trabajan simultáneamente en esta zona a la que tienen acceso las 24 horas. “El EAC abre al público de miércoles a domingos, por lo que un montón de gente recorre los espacios y puede presenciar los procesos de trabajo y charlar con los artistas”, relata.
Y si bien llevó un proyecto, luego éste cambió bastante, afectado por el contexto. La carga histórica y simbólica del espacio abrió nuevas posibilidades a su obra. Aunque el primer contacto con el lugar le generó una impresión contradictoria, por estar “metido en una prisión” durante largo tiempo. Extraño, dice, porque las personas hacinadas históricamente en este espacio anhelaban en vano huir y nunca regresar.
Y aunque su propuesta inicialmente pueda no tener nada que ver con una prisión, trabajar diariamente allí “inundó directa o indirectamente los resultados del proceso”.
La suya fue una experiencia “intensa y catalizadora”, que comenzó con una recolección de ramas secas de los patios del EAC y alrededores, a las que transformó en carbón y con las que luego “invadió” literalmente la celda al dibujar con esas carbonillas del piso al techo. En paralelo, tomó huellas arrastrando papeles por los muros carbonizados, “extrayendo manchas/dibujos que capturaban algo de este material efímero, pero también marcas del cuerpo accionando sobre los muros”.
Le interesaba la idea de habitar los espacios desde el dibujo, “presenciar los intersticios y estar muy atento a las ‘apariciones’ en las manchas, en el muro desgastado, lo efímero y nostálgico de los materiales y sus estados en constante transformación”.
Todo este trabajo se potencia mucho más al estar inmerso en este formato de residencia, reflexiona, donde todo parece funcionar paralelamente: “carbonizar, dibujar, extraer huellas, volver a carbonizar, volver a dibujar, volver a manchar, y así”.
¿Qué cambia estar fuera del propio taller? Para Mena, es concentrar las energías sólo en el proceso de trabajo. Estar en otro país definitivamente cambia las condiciones, el estado de adaptación o descubrimiento constante, dice. “Activa la mente de otra manera”, deduce, sin contar la convivencia con artistas de diferentes procedencias, que genera “literalmente” una familia. Se cruzan ideas, proyectos, costumbres, afectos, y se generan “lazos y amistades muy profundos”. Así fue para Guillermo compartir con Esthel, Fran, Nadia, Caro y Lucia del colectivo mejicano uruguayo La Liga Tensa; Fabia Karklin de San Pablo, Brasil; Claudia Campos y Paola Carretto de Montevideo; Rodolfo Márquez de Buenos Aires; y Santiago Viale de Córdoba.
Santiago Viale: desarrollar ideas
Santiago quedó en la convocatoria para trabajar en una sala taller durante 11 semanas. Con sus antecedentes de producción de obra aplicó a la residencia apostando a posibles líneas de trabajos. Hoy transita su séptima semana. Así relata su experiencia de “aprendizaje constante”: “Hay un corrimiento de lo cotidiano que modifica todo, desde el cambio de moneda, la geografía, el clima y convivir con colegas desconocidos, lo que deriva en una organización tácita donde se forman vínculos; hay un aprendizaje del otro no sólo artístico, también desde lo humano, algo que es muy importante en las residencias”.
La arquitectura moderna con la que se concibió la cárcel (con un panóptico), se infiltra en el obrar del artista todo el tiempo, inevitablemente, sostiene el artista, y “brota como brotan las humedades de las paredes”: “El edificio de la prisión es un capítulo aparte, hay que bajar una escalera hacia la celda, se siente el eco, y estás observado todo el tiempo por las cámaras, la gente, las ventanas. Transitás por un lugar donde hubo personas que perdieron la libertad, fusilados, difícil ignorar todo eso, emana por todos lados”. Todo esto carga e influye, resalta Viale.
"Deseo y castigo", el título de su proyecto, indaga en el contacto con la naturaleza, piensa en los residentes originales, la histoia del lugar y su entorno.
Las celdas, pequeños open studios sin puerta, están abiertas en horario de visita, de 13 a 19. O de 11 a 17 los domingos: “La gente pasa todo el tiempo, observa, los intercambios con los asistentes son constantes”, cuenta. En su caso, por el tipo de obra que venía trabajando, la ausencia de herramientas, el poco tiempo y otros factores como el clima de invierno en Montevideo en un sótano húmedo, la residencia está más que nada colaborando en “desarrollar ideas”.
Después de dedicarse a la explorar y empaparse del lugar, Santiago fue por acopio de información, experiencias, objetos. Visitó como turista centros de arte, tecnología, biología, historia, y en paralelo iba anotando en papel las primeras ideas.
“Estar en otro país como artista residente me hace observar cada detalle, desde cómo es la organización política, qué rol ocupan los artistas jóvenes, los espacios instituciones, y la cultura para los uruguayos, cuáles son las posibilidades, y cómo se conserva la arquitectura”, analiza. Descubre que al estar allí, “cada cosa cotidiana se vuelve un centro de observación”. Es lo más enriquecedor de una residencia, sostiene. A la vez que le no le es indiferente en esta primera residencia de estar tanto tiempo fuera del país, el alejamiento del lugar de trabajo y de la familia.
Santiago también rescata el intercambio con otros residentes en los espacios comunes que está en el mismo predio de la cárcel, como la cocina, el comedor, y los eventos sociales: “Ahí es donde más se puede charlar, debatir, hicimos algunos encuentros”. Ya se fue una camada de artistas de Brasil, México, y Argentinas (de Buenos Aires), y llegaron otros, “casi todos cordobeses, o adoptados por Córdoba, cambia la dinámica del espacio, nos estamos adaptando a eso también”.