En la peluquería de Ana Sokol pasaban las cosas que pasan en cualquier establecimiento del rubro. Se cortaba el pelo a mujeres, hombres y niños según las normas de moda o el capricho del día. Se hablaba de bueyes perdidos o de la vecina de la otra cuadra. Seguramente se conversaba sobre las portadas y los chismes de las revistas que, según el mandamiento de la profesión, se disponen para quienes aguardan su turno. La diferencia entre la peluquería de Ana Sokol y otros locales era que funcionaba también como improvisada sala de exposición del arte que su dueña elaboraba cuando no estaba asesinando flequillos o criando chicos.
Nacida en 1902, en Ucrania, llegó a Buenos Aires en 1922, con marido y dos criaturas. Peluquera de profesión, artista en sus “ratos libres”, Sokol compuso durante décadas un corpus de obra que hasta poco no figuraba ni en las notas al pie de la historia del arte.
El catálogo de un premio de "pintura ingenua" y un texto de Manuel Mujica Lainez sobre esa corriente artística están entre las huellas que daban cuenta de su existencia y su trabajo, apenas advertidos por los amantes de los archivos o los testimonios orales sobre creadoras olvidadas. Fue Paola Vega, artista e historiadora, quien se dedicó con obsesión de arqueóloga a reunir los pedazos dispersos y a sacar de las sombras la persistente pasión de Sokol de hacer arte sin reglas. En 2016 logró reunir un importante conjunto de obra y armó la primera retrospectiva de la artista, que ya llevaba más de 25 años muerta. La pintora peluquera resucitaba y revertía la maldición de los artistas ingenuos. Esos que el crítico Claudio Iglesias rescata y mima con el nombre de “talentos indisciplinados”.
De creadores más o menos enrolados en lo naif y de sus aires de familia con algunas expresiones del arte contemporáneo habla “El club de los artistas ingenuos y otros socios”, una muestra con curaduría de Paola Vega y Gustavo Piñero. La exposición, que se presenta en el Museo Genaro Pérez, hace convivir la obra de Sokol con un amplio repertorio de imaginería a la que podrían caberle adjetivos como “inocente”, “espontánea”, “torpe”, “infantil”. Un arte “menor”, de formas toscas y acabados desprolijos. Un arte de tema libre.
Lo de “artistas ingenuos y otros socios” tiene su razón de ser en el sistema de afinidades que construye la muestra, donde se juntan, se mezclan y dialogan los que hacen sin saber con los que se hacen los que no saben, los que pintaban por pintar, los que dibujaban pero trabajaban de otra cosa, los que se arreglan con cualquier material y atacan cualquier superficie, los que se miran en el espejo del arte como debería ser y no se ven. O ven que algo que no encaja y entonces deciden hacer su camino. El camino ingenuo.
El club imaginado por los curadores tiene algo de experimento, ya que construye una saga un poco insolente y caprichosa, amparada en la libertad con la que entienden la noción de ingenuidad. En uno de los textos curatoriales, Piñero precisa: “Esta muestra no es sobre arte ingenuo, sino sobre los artistas que se acercaron al arte ingenuo como un insecto hacia la luz, atraídos por una energía cálida y desconocida. Algunos son artistas contemporáneos que no se sienten dentro de esta denominación, pero fueron elegidos como parte de un diálogo para entender un contexto”.
Serás lo que debas ser o serás artista
Sokol atendía su peluquería y en sus momentos de ocio, por llamarlos de alguna manera, bordaba, tejía alfombras, hacía flores de papel y pintaba. José Luis Menghi, otro socio de este club artistas sentimentales, se ganaba la vida como herrero, y cuando dejaba los fierros y la soldadora pintaba flores, naturalezas muertas y escenas de interiores. Valerio Ledesma trabaja de mozo.
Junto a ellos, Leonor Vassena, Juan Otero, Dinorah Pastorello, Ileana Rabin, Nicolás Olivari, Líbero Badíi, Héctor Basaldúa, Manuel Mujica Lainez, Enrique de Larrañaga, Augusto Schiavoni y Leónidas Gambartes completan el lote de los socios “históricos”.
Se suman los cordobeses Enrique Américo Gandolfo, Carlos Crespo y el siempre sorprendente y refrescante Oscar Curtino, cuya obra se enciende en el montaje al rozarse con la imaginación extravagante y el desparpajo técnico de Diego de Aduriz.
Temáticas que podrían ser catalogadas como poco “serias”, criaturas y objetos tomados de los universos infantiles, animales que parecen garabatos, pinturitas, obras que están más cerca del juguete primitivo que de las piezas de arte que se creen lo del rigor formal, fantasías de pieza adolescente e incluso una pizca de talante surrealista componen esta suerte de enciclopedia visual de la espontaneidad y la franqueza. Un arte que funda su propia idea sin atender demasiado a nada que no sea su propia pulsión.
Se incluyen trabajos de Claudia del Río, fundadora del Club de Dibujo (plataforma que indudablemente influyó en el nombre de la muestra), de quien además se puede leer, ploteada, una frase que da pistas sobre la combinación de libertad y deseo que hizo de guía a la selección: “Más de dos hacen un CLUB, les digo, así fundas todo lo que te importa”.
El trabajo de asociación libre que hicieron los curadores va de Marcelo Pombo a Cecilia Candia, pasando por Amalia Amoedo, Marcelo Alzetta, Oscar Benedectti, Inés Beninca, Max Cachimba, Estela Capdevila, Tamara Domenech, María Guerrieri, Fernanda Laguna, Jorge Gumier Maier, Mónica Mórtola, Andrés Müller, Anita Olivari, Fabio Risso Pino, Cristina Schiavi, Ramiro Vázquez y Ana Wandzik.
Un encuentro de sensibilidades. Una reunión de imágenes que no se conocían pero se reconocen. Un limbo donde la inocencia habla varias lenguas. “El club de los artistas ingenuos y otros socios” es una apuesta vibrante y audaz. Una pinturita.
Para ver“El Club de los artistas ingenuos y otros socios” se puede visitar en el Museo Genaro Pérez (avenida General Paz 33) de martes a domingos de 10 a 20. Entrada gratuita.