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Celebrar o apagar el fuego: un punto de vista sobre Notre Dame y las redes sociales

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El incendio de Notre Dame de París desató un debate bastante inverosímil en las redes sociales. Cuentas de Twitter y muros de Facebook se prendieron fuego celebrando o lamentando el siniestro, cacareando likes a favor o en contra del desastre.

Se generaron dos bandos que se trenzaron como hinchadas rabiosas y hambrientas de que las dejen cantar sus respectivos odios. Pareciera que poder expresar la predilección por el hecho de ver arder alguna clase de templo en particular se hubiera vuelto urgente. ¿Catedral o mezquita? ¿París o Siria? 

La controversia tapó incluso los previsibles comentarios sobre los nuevos precios (des)cuidados, las últimas maravillas de Lionel Messi y el rosario bendecido que el Papa Francisco le habría enviado a Amado Bodou.

Se leyó mucha radicalidad sobreactuada, fueguitos retóricos que salieron a bancar la destrucción. También recorrió las redes como un rayo una especie de pesadumbre obligatoria y de indignación de moda.

Muchos de los festejantes del incendio de la catedral francesa aplaudieron en nombre de identidades postergadas, o embanderados como la voz de grupos que históricamente han sido maltratados y perseguidos por la Iglesia Católica y sus redes terrenales de vigilancia y castigo.

La actriz y escritora cordobesa Camila Sosa Villada posteó la frase “la única iglesia que ilumina es la que arde, ahí tenés tu alta llama París”, que salió de boca de muchos tuiteros y usuarios de Facebook. A raíz de esa declaración, la artista Sara Stewart Brown (exesposa de Jorge Lanata) la comparó con los militares desaparecedores de la última dictadura argentina.

Sosa Villada argumentó luego en su muro: “Claramente no puedo sentir empatía con piedras de siglos y siglos y un arte inaccesible. Pero además y al igual que sucedió con Michael Jackson me pregunto si el arte cristiano es posible de ser admirado sabiendo el horror, la persecución, los asesinatos, las torturas de la Iglesia Católica”.

El artista León Ferrari, cuyo padre, Augusto, fue un notable constructor de iglesias, pintor de escenas piadosas y diseñador de altares, tenía una visión similar sobre la historia de horror y martirios que, en su opinión, el arte cristiano se había ocupado de exaltar durante dos milenios y un poco más. Dedicó numerosos textos y un segmento enorme de su producción a combatir las visiones infernales, la tortura psicológica y un pensamiento religioso que sigue mostrando señales retrógradas.

Pero una cosa es disentir con la fe católica y combatir la incidencia de las creencias religiosas en la vida civil, o considerar a la religión, en clave borgeana, como una rama de la literatura fantástica que no debería regir la existencia de nadie que no sea creyente, y otra cosa es montarse en la celebración de la desgracia. Como si fuera posible combatir el odio malo con el odio bueno de los que piensan como uno.

Notre Dame es (o era), evidentemente, muchas cosas al mismo tiempo: un gran símbolo de la cristiandad, una portentosa obra de arte, una proeza que materializa el esfuerzo humano, un centro de atracción de una de las grandes capitales turísticas. También representa una confluencia de tradiciones, que incluye las señales y figuras que los primeros miembros de la masonería (el término proviene de maçon, que en francés significa albañil) tradujeron en la piedra y legaron como una verdadera recopilación de sabiduría ocultista y homenajes a la alquimia.

Entre las notas de color que acompañaron la noticia del incendio hubo varias dedicadas a la novela El jorobado de Notre Dame y a su autor, Victor Hugo, quien definió a la iglesia parisina como el “manual más satisfactorio de la ciencia hermética”.

Notre Dame. Varias cosas a la vez. Incluso la excusa para que la historia de Quasimodo vuelva a ser best seller.

Voces

“La verdad es que el silogismo ‘te duele tal cosa pero no te duele tal otra’ esteriliza cualquier conversación”, señaló el periodista y escritor Daniel Riera sobre la nueva y seguramente fugaz grieta entre “notredamistas” y “antinotredamistas”.

De ambos lados hubo (o hay, por estas horas en que la polémica se va reduciendo a cenizas) palos y bombas y recriminaciones señalando cuáles son los dolores y los lamentos correspondientes.

La artista y gestora cultural cordobesa Indira Montoya, tras expresar su pesar por la pérdida de la catedral, recibió en su muro de Facebook reproches y ataques que la tildaban de “fascista cómplice de la iglesia”.

“Tuve el privilegio de conocer Notre Dame y me emocioné en su interior, y eso no me vuelve un chupacirios”, escribió el historiador Federico Lorenz. Y añadió: “El incendio de Notre Dame es un daño que vivimos todos. Y los posteos bobos son una advertencia: estamos tan pero tan cerca de confundir la política con el escupitajo rápido e ignorante, tan pero tan cerca de negarnos la posibilidad de reconocernos en un pasado y proyectar un futuro, que bastaría una chispa, la verdad, para que no quedara nada, ni nadie, ni quien lo recuerde”.

El próximo incendio o el nuevo bombardeo nos encontrará tipeando frenéticamente en nuestras cuentas. Hasta entonces.


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