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Claudia Santanera: Quería ir al inicio de mi escritura

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“El tejido se instala dentro de mi obra con fuerza a partir del recuerdo de la existencia de un pueblo de artesanos en el norte de Córdoba que trabaja con la palma Caranday”, sostiene Claudia Santanera. Para la escritora y también artista visual, el nombre de la fibra puso en movimiento “capas de recuerdos y movilizó la búsqueda en torno a las analogías entre tejido y texto”. En sus obras la motivación viene de su historia y recuerdos de infancia dice. Hoy, en su proyecto Caranday, que exhibe en la muestra “La soledad que precede al nacimiento” en el Museo Caraffa (Poeta Lugones 411), el tejido es una forma de escritura.

Sobre el fondo de un cielo limpio y oscuro se erige el paisaje de la muestra que tiene curaduría del artista rosarino Carlos Herrera: objetos de gran tamaño que se asemejan mucho o no a los cestos tejidos con la fibra verde se agrupan tomando sólo la mitad de la sala (“como un teatro” observa Claudia). Fueron realizados por artesanos de Copacabana, departamento de Ischilín al norte de la provincia, y a 120 kilómetros de esta ciudad, a quienes la artista propuso una experiencia de intercambio como parte de un fuerte trabajo introspectivo que ella había comenzado a mediados de 2017 investigando sobre los tejidos de este pueblo, donde sus habitantes conservan la tradición del tejido de la palma y organizan parte de la economía familiar de la venta o el canje de sus artesanías.

“El caranday es una especie nativa en riesgo de extinción por desforestación para agricultura intensiva, cuyas hojas se han utilizado ancestralmente por los primeros pobladores de la región para el tejido de cestos y canastos”, explica Claudia.  Antes del tejido de estas piezas, la artista hizo en el lugar talleres de poesía y animación a la lectura que le permitieron establecer lazos con la comunidad. En paralelo y desde México, cuenta Santanera, el músico cordobés Andrés Oddone comenzó a desarrollar un trabajo sonoro que acompañaría la muestra: el origen de la propia voz, espiral y nacimiento definió esta propuesta que contiene la intensidad del ambiente, donde ladrillos de adobe asoman entre los canastos gigantes, una materia constructiva ancestral también de la zona, que colabora en este paisaje marcado por una “energía ascendente”. La circularidad dada por el tejido en espiral (que es la forma más ancestral) de alguna manera envuelve con un efecto hipnótico.

“Fue pasar de lo útil de una pieza a cambiar su forma, su escala original”, explica Santanera sobre el hecho de superar una escala de utensilio doméstico, como una bandeja de mate, posa fuente, o cubre botella.

Y en vez de palma seca, para que las piezas tuvieran los pliegues y forma orgánica, se trabajó con la palma húmeda, recién cortada:  más allá de reconocibles formas de cuenco, “no es un canasto habitual de forma regular”. Además, señala Claudia, se dio lugar a la imperfección: “Quería trabajar con el tejido como escritura, me interesaba la subjetividad, y que cada uno trabajara el punto y el grosor”. Lo que es muy notable si se observa cada pieza, sugiere, y los diferentes puntos utilizados.

Fueron siete meses de trabajo. “Había que salir de la técnica, de lo que ya hacían”, detalla Claudia. Y agrega: “Aprendí a tejer, pero siempre la idea fue que tejieran ellos como una forma de dinamizar. Se generó un trabajo colectivo a través de la beca del Fondo Nacional de las Artes”.

Hubo una pieza (la más plana, casi un plato o un sombrero chato) en la que todos tejieron, en “un día de asado, cuarteto y vino Toro”: “Me sumé a ellos, llegué por la inquietud de trabajar sobre la relación entre escritura y tejido y terminé con una familia, para ellos fue una experiencia muy transformadora, un antes y un después para toda la comunidad”.

“Allá (señala la primera pieza de la sala), estamos viendo el proceso de la palma en el agua, qué pasa con el color, su capilaridad. Vuelve a ser planta. No pierde su condición vegetal”.

Recuperar y actualizar a la vez el legado del ancestral del tejido de Copacabana que está habitada desde hace seis mil años, remite a los primeros habitantes de Córdoba que estaban en este valle. Es un viaje en el tiempo: “hay que imaginar lo que es internarse en un lugar donde tenés 40 kilómetros de tierra a cada lado”.  

Poemas vegetales

Para Claudia, el proyecto Caraday renovó preguntas como ¿es posible pensar en diversas formas de escritura? A la vez que nacía otra inquietud: “Quería ir al inicio de mi escritura”, afirma. Y la manera fue a través de “esas criaturas nacidas de las manos”, que “guardan la información del tiempo y son el testimonio de su paso”.

“La fibra adquiere forma de palabra en esa frase interminable que respira dentro del tejido-reconoce y traduce-. Resistente y permeable, la fibra aloja en su relieve su propia huella, forma visual de la repetición y el cambio, superficie que se ahueca y se comprime para que pase el aire y la luz, para ver a través de ella y leer esos fragmentos de la realidad. Leer a través de esa red que comprime y amplía sus celdillas, en su sombra y su reflejo, la trama que vincula y pone en relación diversas capas de sentido. Una escritura que desanda el tiempo, y se reconoce en su propio origen”.

Claudia se propuso ir tras las relaciones etimológicas o imaginarias entre escritura y tejido: “Inventé una excusa para leer esos espirales que constituyen cada una de las piezas y vi en ellos caracoles, olas, algoritmos, bichos canasto o el vuelo de las águilas sobre las montañas”. Quiso indagar en esas “motivaciones rítmicas, semánticas y visuales de los quehaceres poéticos y artesanales que comparten ambas experiencias”.

 

En la práctica artesanal del tejido persiste la memoria del elemento, el paisaje y la geografía, sostiene Claudia: “en la experiencia de intercambios el tejido puso una nueva forma a mi palabra. Cada pieza tejida es como una extensa frase. Verde y flexible. Poemas vegetales que desprenden su aroma mientras se van secando uno junto a otro”.  

–¿Cómo fue el diálogo?

–La confianza y el afecto fueron fundamentales. En cada viaje a Copacabana todos fuimos aprendiendo y nos fuimos conociendo. Formamos un equipo y nació una gran amistad. La directora de la escuela Nora Garay fue un pilar del proyecto. Me abrió la puerta de su casa. Hubo tiempo de reflexión, de ensayos, tentativas. Momentos de fiesta y charlas interminables. 

–¿Hay lugar para la palabra fuera del libro?

–Amo los libros, vivo rodeada de libros, me he pasado la vida leyendo. Pero también las palabras tienen una vida por fuera de ellos. Cambian y se transforman. En ese punto, estas escrituras o tejidos me permiten pensarlas en otro contexto. Reflexionar en torno a la lengua fuera de sus límites y sus cánones.

Para ver

“La soledad que precede al nacimiento”. Museo Caraffa (Poeta Lugones 411). Muestra de Claudia Santanera con curaduría de Carlos Herrera. Hasta el 21 de abril inclusive, de martes a domingos y feriados, de 10 a 20.

Perfil

Claudia Santanera (Córdoba 1960) escribe poesía, realiza videos, y desarrolla proyectos artísticos y curatoriales. Trabajó en la promoción del libro y la lectura. Publicó Tartaruga (Alción, 2004) y Cuatro visitas (Vox, 2008). Y sus poemas In illo tempore se incluyeron en la antología Identidad. De las huellas a la palabra (EUDEBA, 1997), primer concurso literario de Abuelas de Plaza de Mayo. En 2014 presentó los audiovisuales Lullaby en El Gran Vidrio. En 2015 exhibió la muestra individual “Una medida para pesar el mundo” en el Museo Genaro Pérez, y participó en Mercado de Arte Córdoba. En 2017 presentó otra individual, “El cerebro de mi padre”, en el Museo de las Mujeres. En 2018 ganó la beca del Fondo Nacional de las Artes por su proyecto Caranday.

Claudia Santanera y el fruto de su proyecto Caranday, poesía vegetal. (Gentileza Gonzalo Viramonte)
"Aprendí a tejer", dice la artista Claudia Santanera. (Gentileza Gonzalo Viramonte)
La artista en el paisaje de su muestra en la sala 5 del Museo Caraffa. (Gentileza Gonzalo Viramonte)
Muestra de Claudia Santanera en el Museo Caraffa. (Gentileza Gonzalo Viramonte)

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