Chispazos de un tiempo lejano. La elocuencia de las imágenes desnuda zonas olvidadas y hasta desconocidas de una figura singular del arte cordobés, la de Horacio Juárez (Córdoba, 1901-Buenos Aires, 1977), en las últimas salas del museo Caraffa (Poeta Lugones 411).
Una donación que derivó en investigación y posterior puesta en escena compone el recorrido de la muestra “Mon cher Noir” (“Mi querido Negro”). Fue indispensable la tarea de curaduría que realizó el área de Colección del museo después de recibir obras y documentos de parte de Manolo Juárez, hijo del escultor cordobés.
La muestra exhibe junto a esculturas, dibujos, cartas y fotos del archivo heredado del artista, piezas que ya tenía en su propia colección el Caraffa.
Así se concentran 10 obras en un contexto de inestimable valor documental e histórico (hay catálogos, reproducciones de obra ausentes, periódicos que incluso revelan su escritura, como las colaboraciones que publicaba en La Voz del Interior), que incluye textos y videos referidos al artista, autor, por ejemplo, de la conocida escultura del fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera, emplazado detrás de la Catedral.
El museo Caraffa se hace cargo no sólo de la donación, sino de elaborar un “ejercicio de reconstrucción” del trayecto de Juárez, que inevitablemente renueva el relato de la historia local del arte.
“Una figura potente”
Gracias a estos nuevos ingresos al acervo provincial hoy podemos ver de Horacio Juárez (“una figura potente”, como señalan Marta Fuentes y Romina Otero en el catálogo) obras de gran valor artístico como La Calle, relieve mural de 1935 que revela la “intención siempre latente” en el artista de no desligar de sus búsquedas estéticas sus convicciones políticas. Hecho que aparece también entre el material documental, como en una de las cartas que se envían con Antonio Berni: allí están las discusiones que ambos artistas entablaron (no sin tensiones) entre arte y política. Por su origen obrero y su pertenencia a las filas de la izquierda, Juárez fue llamado en la prensa el “artista proletario”.
Aunque cansados, los trabajadores están en pie de lucha en La Calle, que junto a otra obra de la misma época pone de manifiesto los intereses del artista, como en Arando, talla en piedra que ya formaba parte de la colección del museo. Arando ingresó probablemente como parte del compromiso de Juárez como becario de la Provincia en Europa.
En la muestra, una escultura que ya era parte del acervo del museo, Torso, de 1929, fue presentada por Juárez en 1930 en el concurso para obtener su beca de perfeccionamiento. Como becario, Juárez había llegado a París ese año, y pudo absorber la experimentación y renovación que se daba en la escultura.
Juárez siguió camino, aconsejado desde Córdoba por su amigo Saúl Taborda, por Italia y España. Expuso en París y Barcelona obras que se conocieron aquí a través de los diarios, y otras que efectivamente envió para exponer como compromiso de beca, alimentando expectativas.
De regreso en 1933, expuso estas piezas en Buenos Aires primero, sin levantar ninguna controversia, pero poco después lo hace en Córdoba, no sin polémica, en el Salón Fasce. “La inauguración dispara discusiones que se plasman en la prensa, con intervenciones de los críticos Saúl Taborda y Cayetano Córdoba Iturburu, los pintores Antonio Pedone, además de algunos anónimos que sientan también posiciones”, recuerda un texto que puede leerse hoy en las paredes del museo.
Facetas
Son muchas las facetas que la muestra explora del artista: además de su militancia política, su consagración a través de importantes premios como los del Salón Nacional de Bellas Artes, también su decisión de radicarse en Buenos Aires, donde realizó bastante obra monumental, y el vínculo con artistas que las cartas de su archivo personal hoy permiten conocer.
Entre estas cartas, y además de la citada con Berni, la correspondencia que mantuvo con Saúl Taborda, reformista del 18, pedagogo y también un influyente pensador del arte que defendió a Juárez en sus apuestas.
“La escultura de Horacio Juárez es una novedad genialmente escandalosa”, escribió en La Voz del Interior en 1933 Saúl Taborda sobre el artista.
Juárez, además de “ruptura”, ofrecía en su obra “heterogeneidad”, subraya el ensayo del Caraffa. “Yo estoy dispuesto a acompañar a usted a la barricada en favor de los ideales humanos”, le dice Taborda a Juárez en una carta fechada en 1932. Años después, en 1952, el crítico y escritor Alfredo Terzaga opinaría que la humanidad de Juárez no era su tema, sino su modo.
Este modo, como dice Terzaga, queda explicitado en otras piezas del recorrido, dos yesos de 1950, recibidos ambos en donación. Se trata de Victorica (retrato del artista Miguel C. Victorica) y Remordimiento, que reflejan la orientación del artista hacia un “modelado más libre en el que el gesto de la ejecución cobró mayor importancia”, como señalan Fuentes y Otero.
Además, ambas obras acentúan progresivamente el diálogo con la materia y agregan “superficies rugosas y desarrollos espaciales complejos que desafían la frontalidad, lo aproximan en ocasiones al límite de la abstracción”.
Estas preocupaciones del artista, en consonancia con planteos de la escultura moderna, son “constantes que Juárez renueva y profundiza, eludiendo en cada obra la mera repetición”.
La observación de su “espíritu inquisitivo”, como se remarca en el catálogo, no pasa por alto que Horacio Juárez estudió en Córdoba en la entonces Academia Provincial de Bellas Artes (actual Figueroa Alcorta), de la que fue expulsado por una huelga estudiantil que encabezó en 1928.
Completó su formación a partir de 1937 en Buenos Aires, en la Escuela Prilidiano Pueyrredón. Estaba a pasos, a fines de la década de1920, de surgir como uno de los principales referentes del arte argentino.
La muestra
Museo Caraffa (Poeta Lugones 411). La exposición del artista cordobés que reúne ahora toda la obra que el museo provincial posee, se puede ver hasta el domingo, de 10 a 20.