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La historia del arte admite desde hace mucho tiempo una saga de acciones que se montan en la lógica del atentado y la destrucción. Romper, tachar, cortar o quemar son herramientas legítimas (al mismo tiempo revulsivas, provocadoras, en apariencia contradictorias) de la creación.
Desde el Dibujo de De Kooning borrado (1953), de Robert Rauschenberg, a los tajos en la tela que inauguró el argentino Lucio Fontana a finales de la década de 1950, pasando por la performance del chino Ai Weiwei consistente en arrojar al suelo y convertir en añicos una vasija varias veces milenaria, la estética de la destrucción posee un linaje extenso.
En esa línea, se podría interpretar como una vuelta de tuerca por demás audaz a la reciente acción del artista británico Banksy, mundialmente famoso por sus grafitis desafiantes y subversivos, su astucia para burlar a las autoridades y el misterio que rodea su identidad.
El viernes último, minutos después de haber sido subastada por 1,2 millones de euros en la sede londinense de Sotheby’s, mientras se ejecutaba el remate de otra pieza, la obra Niña con globo se autodestruyó a la vista de un público que apenas tuvo tiempo de parpadear entre la incredulidad y el estupor. ¿Una escena de arte contemporáneo explícito y sin advertencias en el corazón del mercado?
A través de un video difundido en redes sociales, Banksy se ocupó rápidamente de adjudicarse el gesto de destruir su propia obra. “Hace unos años construí en secreto una trituradora por si acaso salía alguna vez a subasta”, explica en un posteo de Instagram.
Allí también reveló el mecanismo destructivo: un sistema de cuchillas oculto dentro del marco permitió que, en cuestión de segundos, la mitad inferior de la imagen saliera en forma de tiras como las que expulsan las máquinas que trituran documentos incómodos.
Sabotaje (¿o especulación?)
Niña con globo es la versión de un mural realizado en 2006 en una pared de Great Eastern Street, en el barrio Shoreditch de Londres. La obra subastada y parcialmente destruida es un trabajo en acrílico y spray sobre lienzo. Otras piezas de Banksy han hecho el mismo recorrido, de los muros a la tela o al papel, y desde hace años se venden a muy buen precio en las casas de subastas más prestigiosas.
Por esas y otras razones, hay quienes mantienen una sospecha sobre el verdadero carácter de la rebeldía de Banksy, y descifran su ocultamiento como una estrategia que reditúa grandes dividendos simulando ataques al sistema.
Se piensa que detrás de su nombre podría estar Robert del Naja, fundador y líder de la banda de música Massive Attack. O bien que Bansky es un colectivo de artistas que se divierten jugando a las escondidas y recaudando millones.
“El impulso de destruir también es un impulso creativo”, se lee en el posteo de Banksy a modo de justificación. El artista inglés pone en boca de Picasso esa frase de perfecta lógica anarquista, que en verdad le pertenece al revolucionario ruso Mikhail Bakunin.
Más allá de la errata, si un atentado se evalúa por su eficacia y por la potencia del mensaje que emite, el acto de Banksy podría figurar por lo menos en el podio de candidatos al crimen perfecto en el mundo del arte: una broma pesada ejecutada en la mismísima cara del mercado, un truco de desaparición que deja sin nada al comprador. La moraleja podría ser: el arte se puede pagar muy caro, pero nunca se puede poseer.
Pero el mercado es más fuerte. Un experto en trucos que ni siquiera se ve obligado a disimular. Dos días después de haberse ejecutado la aparente vendetta contra un sistema de comercialización salvaje, Sotheby’s comenzó a recibir ofertas por lo que sea que haya quedado de la niña que intenta alcanzar un globo con forma de corazón.
La casa subastadora es por estas horas la mediadora entre los interesados por la pieza en su nuevo estado y el anónimo comprador de la obra entera, que debe haber visto atribulado cómo su tesoro se esfumaba y que ahora podría obtener el triple de lo que pagó.
Banksy no dejará de ser por esto el último maestro del sabotaje, aunque ni siquiera un espíritu tan genial como el suyo logra burlar más que por un momento la suprema astucia del capital.
¿O bien habría que dejar de pensar en sistemas abstractos y en buscar al autor del crimen?
Las especulaciones, como las ofertas, están abiertas. No faltan las versiones maliciosas que dicen que el mismo Banksy o algún miembro de su equipo podría ser el comprador que pujó por Niña con globo minutos antes de accionar el mecanismo que la convertiría en deseadas tiritas.
El artista británico ideó un sorprendente mecanismo para que su propia obra se autodestruyera en una subasta. Sin embargo, ya hay compradores dispuestos a pagar la pieza dañada por el triple su valor.