Hay una ternura implícita en los materiales de algunas piezas. En cierto modo, ayudan a suavizar el sacudón, amortiguan la irrupción un poco salvaje en la intimidad del artista que admite la muestra “Sumisión corrosiva”. Funcionan, podría decirse, como una colcha tibia para una noche de frío.
Pablo Peisino expone en la galería The White Lodge un conjunto de obras que remiten a un momento complejo de su vida. El artista cordobés está involucrado desde hace tiempo en un tratamiento contra las adicciones, instancia que se convirtió en motor de un proceso de producción de obra y que activó además el compromiso de otras personas.
Para lograr que “Sumisión corrosiva” sea lo que es, se replicaron acciones que forman parte de las tareas de contención y acompañamiento requeridas para sacar a alguien de un lugar difícil. Lo que supone, de parte de quien se deja ayudar, el reconocimiento de la necesidad de auxilio y ejercicios de confianza en el otro.
El trajinado tema de “las drogas” no aparece aquí en forma de exaltación de la llaga o explotación del morbo. Si bien se trata de una muestra a corazón abierto, frontal, con alta graduación de realidad, Peisino ilumina una zona oscura de su espacio biográfico esquivando la dramatización, sin exhibicionismo y sin prestarle la más mínima atención a la parafernalia retórica o visual del desenfreno. Nada de lo que pasa en “Sumisión corrosiva” está más alejado de aquel leitmotiv del reviente que dice “mejor arder que apagarse lentamente”.
Tampoco hay, por suerte, ningún mensaje evangelizador sobre la buena distancia que habría que mantener con las sustancias.
Lo que hay son como estaciones de un viaje, o algo así como ventanas a una peripecia vital que se muestra sin orgullo y sin vergüenza. Cosas de la vida.
Mensajes en una tela
Recibe al espectador un patchwork que cuelga en el pasillo de ingreso a la galería-departamento ubicada en el cuarto piso de un edificio céntrico. Los parches y retazos de tela de varios colores tienen bordados (una de las técnicas fetiche de Peisino) mensajes de una simpleza apabullante: “No quiero pelear”, “Que mi familia esté bien”, “Conocer gente nueva”, “Trabajar”.
La obra es como un árbol de los deseos de gente en problemas, a la que se la va escapando todo y a la hora de pedir va derecho a lo esencial. Se trata, en esta pieza que abre el recorrido, de algunas de las frases que los compañeros de rehabilitación de Peisino anotaron expresando sus anhelos.
De un procedimiento similar surge una frazada en la que el artista ha bordado las normas de convivencia del círculo de ayuda. Entre otras reglas, se lee: “No venir drogado ni traer droga”, “No agredir físicamente a nadie”, “No fumar en los talleres”. La normativa añade la prohibición de mantener relaciones sexuales entre compañeros o reunirse fuera del establecimiento.
El grado de exposición que le cabía al artista fue un tema a resolver. “Al principio me costó y todavía me cuesta hablar de esto –señala Peisino–. Todo comenzó hace un par de años, cuando me decidí a armar una muestra individual y lo busqué a Aníbal Buede para que me ayudara. Si bien él no fue finalmente el curador de la muestra, fue una especie de guía en el comienzo y me ayudó bastante. Cuando fuimos buscando cosas sobre qué trabajar, surgía inevitablemente el tema de la adicción, ya que justo estaba comenzando un tratamiento. Así que vimos más que claro que la muestra debía tratar sobre esto”.
Arte, sanación, cosas bellas
Nunca se descartó la idea de que el arte permitiera una elaboración a nivel vital, incluso que funcionara como lugar de “sanación”. La familia del artista, la galerista Georgina Valdez y amigos se integraron en distintas instancias, desde acompañar a Peisino a reuniones del grupo de rehabilitación hasta la producción de una performance que replica una práctica terapéutica muy frecuente.
El ejercicio de dejarse caer de espaldas, con los brazos cruzados sobre el pecho, confiando el cuerpo a un receptor que nos recibirá y evitará la caída, fue la base de una foto-performance ideada por Peisino, quien convidó a un grupo de personas a sumarse.
Del total de ese registro, realizado por Dolores Esteve, se exhibe una serie de 9 fotografías protagonizadas por coleccionistas, funcionarios, artistas, escritoras, el mismo Peisino. Mínimo ensayo de lectura de Dejarse caer: el “mundo del arte” funciona aquí como bastón y soporte, como herramienta de cobijo, retrato colectivo de una idea de comunidad que brinda sostén y cuidado.
“La idea surgió a partir de un ejercicio de psicología Gestalt que hicimos en la terapia de grupo. Es un ejercicio que se utiliza para fortalecer la confianza. Me parecía buena idea replicarlo, pero en la escena cultural de Córdoba. Veía la potencia poética y la necesidad también de retratar a una generación”, cuenta el artista.
Otra zona de la muestra está habitada por criaturas bastante reconocibles del planeta Peisino, cuya mirada no deja de estar hechizada por una estética gore, con un pie en el cómic, el cine clase B y el mundo de los cosplayers, y resoluciones precarias que echan mano del cartón, piezas de mercería y el reciclado de materiales. Un "mural blando" realizado a partir de piezas de una cortina de plástico domina una de las salas con la imagen de un enorme pulpo. ¿Reminiscencia de los espantos infantiles o pesadilla del presente? Se encuentra asimismo el ubicuo brazo zombi junto a una motosierra. Un Corazón sangriento de plastilina y plástico. Un viaje babero intervenido con un poema bordado de Antonin Artaud.
Una instancia más de trabajo en colaboración es parte de “Sumisión corrosiva”. Peisino le compartió a la escritora, actriz y cantante Camila Sosa Villada un puñado de fotos tomadas con el celular. Se ven cielos zurcados por aviones (alguien encontró ecos de una raya de cocaína en las líneas blancas que dejan los casi invisibles avioncitos a chorro), cables, copas de árboles, un resplandor de luz.
“La cosa salió fluida y perfecta. Admiro mucho el trabajo y la lucha de Camila, así que estoy muy contento de haber podido concretar esa obra con ella”, dice el artista sobre la serie de fotos propias a partir de las cuales la actriz produjo una serie de siete relatos autónomos: filosos, cálidos, empapados de vida que descarrilla, recuerdos familiares y madrugadas blancas. En uno se describe “un patiecito triste con el pasto amarillento y un olor dulzón a bosta de perro”. En otro se miden los venenos hermanos del amor y la sustancia: “Quién puede juzgar a enamorados y adictos por querer obtener un poco de ese bienestar en un mundo que te extirpa la capacidad de hacer cosas bellas”.
“Sumisión corrosiva”, de Pablo Peisino, se exhibe en la galería The White Lodge (Emilio Olmos 15, 4° N). Hasta el 21 de junio. Contacto: galeria@thewhitelodge.com.ar.
“Sumisión corrosiva”, de Pablo Peisino, es una muestra que echa luz sobre una zona oscura de la vida del artista. Un conjunto de obras surge de vivencias y ejercicios realizados junto a un grupo que trabaja en la rehabilitación de adicciones.