Actualmente en el Museo Palacio Dionisi se exhibe la muestra titulada Inriville, del fotógrafo y realizador audiovisual Manuel Araya. Se trata de un cortometraje que refleja de forma cándida y atrapante la vida varios personajes (en todas las acepciones del término) del pueblo, un lugar que está enraizado en la vida y recuerdos de Araya: su bisabuelo fue el fundador del pueblo, y él vivió gran parte de su vida allí, hasta que se radicó en Barcelona.
La breve película (que anticipa lo que será un cortometraje sobre la misma temática) transmite esa sintonía pueblerina en la que transcurren los días en un lugar en el que son pocos y se conocen mucho. Desde el retrato caricaturesco de los mellizos que hay en Inriville, hasta el albañil poeta o heladero que inventó la oblea rellena de helado, el trabajo es pintoresco y colorido, sensible y atrapante, aunque sin embargo deja con sensaciones encontradas al espectador.
¿Cuál es el límite entre el homenaje, la representación lisa y llana (como si esto fuera posible, sin incluir el enfoque y el recorte del realizador) y la exposición al ridículo y la burla? No hablamos aquí de mala intención del realizador, sino que por momentos uno como espectador hasta puede llegar a sentir culpa porque sencillamente se está riendo de alguien que solo tiene distintos códigos estéticos y costumbres.
Vale aclarar que no se trata del costumbrismo al estilo de las tiras de Pol-ka, que amparados en la ficción, pueden subrayar ciertos rasgos y llevar a límites absurdos a ciertos personajes –y por más que su efecto termine instalando preconceptos de forma más enraizada–. Aquí es gente real, con testimonios genuinos y sinceros, que al ser presentados en otro contexto (mucho más distante que los 286 kilómetros que separan al Dionisi de Inriville) quedan expuestos de una manera de la que quizás ellos no sean conscientes.
Vieja discusión
El tema no es nuevo y excede por mucho a Araya. Desde la película brasilera Ciudad de Dios (2002, dirigida por Fernando Meirelles y Kátia Lund), gran parte de la crítica la sentenció por hacer una representación cinematográfica y convenientemente estética de la pobreza y la marginalidad. En términos mucho más comparables con Inriville, se puede poner a la reciente Ciudadano ilustre (de Gastón Duprat y Mariano Cohn) como otro ejemplo en el que un producto audiovisual toma los usos y costumbres de la vida en las pequeñas ciudades para que sean consumidos por ojos atravesados por los cánones de la gran ciudad.
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La diferencia más insoslayable vuelve a ser cuando saltamos del plano de la ficción al documental, con gente de carne y hueso que abre su corazón hasta las lágrimas o muestra orgullosamente el tapizado casero que hizo de un Citroen Palace ’80, como en el caso de Inriville.
En ese sentido, hay otro recurso sobre el que vale la pena detenerse. Muchos de los entrevistados en la película de Araya, por momentos realizan alguna declaración (como por ejemplo recitar un poema, o mirar fijo a la cámara en silencio) y luego buscan la aprobación del director detrás del cuadro, con una frase del tipo “¿Así está bien?”. ¿Es en ese segundo cuando están siendo absolutamente reales, o se trata de una violación a una especie de ‘off the record’ entre el entrevistado y el entrevistador? No es una pregunta fácil de responder.
Consumo irónico en tiempo de redes
A mediados del año 2000, explotaron las fiestas que bajo el eslogan de lo “bizarro” ponían en una batidora canciones de otro tiempo y espacio para, en mayor o menor grado, reírse de lo que uno no era. Las redes sociales y una biblioteca inabarcable como es YouTube hicieron el resto con ese jueguito. Sin embargo, esa moda de juzgar para ser cool parece haber entrado en caída. En términos musicales, incluso, las tendencias van y vienen, y lo que hasta hace algunos años era considerado como “grasa” por muchos, de pronto puede ser el género más popular, como por ejemplo ocurrió con la cumbia en sus distintas variantes.
Quizás, en definitiva, sólo es una cuestión de escala. Todos somos potenciales objetos de estudio para que, en alguna otra parte y bajo otros parámetros, parezcamos ridículamente tiernos o lastimosamente graciosos. El tema está en saber si daríamos nuestro consentimiento para la lectura que se haga de nosotros.
Una opinión a partir de la muestra "Inriville", que expone en formato de corto documental la vida en un pueblo del interior cordobés.