Una piscina en cuyo fondo hay gente que camina vestida, pero sin mojarse; la fachada de un edificio imposible en el que las personas pueden desplazarse del mismo modo que un insecto, o como si alguna fuerza misteriosa las mantuviera adheridas al muro; una casa que se derrite; un obelisco al que le han quitado la punta. Los juegos ópticos que habilitan esas experiencias contrarias a la lógica o los hábitos perceptivos son una de las pasiones de Leandro Erlich, quien desembarcó en la edición número 25 de arteBa con uno de sus artefactos para experimentar y pensar.
Erlich (42 años) está entre los artistas argentinos de mayor proyección internacional y fue elegido por Chandon y el curador Fernando Farina para montar su obra Ascensores en el ingreso a Barrio Joven, el segmento de galerías nuevas y espacios emergentes que sostiene la empresa en la feria porteña. Desde su apertura, el jueves por la tarde, cientos de personas se dedicaron a recorrer por dentro esta instalación, que en un primer momento desafía las expectativas de verse reflejado en el espejo de un ascensor y de inmediato se propone como un espacio de interacción con otras personas.
Buena parte de la obra más conocida de Erlich recurre a diversos trucos visuales y en algunos casos invita a que el espectador se crea lo del juego en la casa embrujada. Aunque eso no es lo importante, insiste el artista, ya que la trampa se descubre con mucha facilidad y debería ser apenas el primer paso de una vivencia más completa.
Para Ascensores, obra ideada en 2011 y montada en Nueva York pero hasta ahora nunca presentada en la Argentina, Erlich fabricó réplicas de elevadores cuyos espejos intermedios y frontales han sido quitados y transformados en ventanas, de modo que las personas pueden verse entre sí. Lo que muchas veces funciona como ámbito de intimidad momentánea (nada es más habitual que entrar solo a un ascensor y mirarse al espejo) se convierte aquí en espacio de encuentro, sorpresa y eventual ocasión de un ejercicio lúdico.
La magia es lo de menos
Leandro Erlich ha venido ganando espacio en la escena internacional con piezas de alto impacto. Una de las más famosas es Swimming Pool: el artista presentó en la Bienal de Venecia de 2001 una piscina que desde arriba genera la ilusión de contener gente, y que también permite ingresar por abajo y observar hacia arriba una masa de agua que nubla la visión. La obra fue instalada de manera permanente en el Museo de Arte Contemporáneo de Kanazagua, en Japón, donde es un tremendo hit.
Otra obra notable es Maison Fond (Casa derretida), título que en francés suena asimismo como “Mes enfants” (“Mis chicos”). Amén del juego de palabras, que contribuye a construir el sentido, se trata de una vivienda que aparenta estar fundiéndose como una casa de chocolate expuesta a un calor intenso. Maison Fond es entre otras cosas un señalamiento sobre el cambio climático y el recalentamiento global y un llamado de atención sobre lo que dejaremos a las generaciones por venir y a nuestros hijos, a lo que Erlich refiere con “Mes enfants”.
Si entre las claves de su trabajo están la sorpresa y la ilusión, sin duda las utilizó con éxito el año pasado, cuando sus dotes de artista prestidigitador a escala industrial se pusieron manos a la obra para llevar a cabo una de sus obras más ambiciosas. La democracia del símbolo se llamó la acción de hacer desaparecer el ápice del Obelisco porteño y “teletransportarlo” hasta la explanada del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Obviamente, se trataba de una réplica a escala real de la punta del tradicional monumento.
Para logar el “ocultamiento” de la punta, Erlich precisó de una grúa de 70 metros y de un capuchón rectangular de tres toneladas que permitió que el Obelisco luciera trunco durante dos semanas. ¿Qué otra trampa visual usó? En opinión del artista, son intrascendentes los detalles sobre el truco. “No es magia, ni tampoco es ilusión, ¡es arte!”, respondió enigmáticamente en su momento.
“Cuando hice lo del Obelisco –retoma a horas de que se abran las puertas de arteBa–, todo el mundo preguntaba cómo se había hecho: incluso hubo un medio que envió un drone para ver cuál era el truco, si la punta estaba cubierta con espejos o si era una especie de piel… ¡Eso es como descubrirle el truco al mago y decir dónde estaba el conejo! En mi caso, el truco no es relevante como mensaje. Lo que es relevante para mí o puede ser trascendente es la construcción de un sentido”.
Ilusiones cotidianas
Cuenta Erlich señalando sus Ascensores: “A mí siempre me han inspirado los lugares cotidianos y los espacios arquitectónicos a los que estamos habituados aunque no nos demandan mayores reflexiones ni nos provocan conflicto. Sin embargo, son espacios que nos involucran en muchas situaciones. Buena parte de nuestra vida pasa dentro de un cuarto, una cocina, un ascensor. Y de alguna manera lo que a mí me interesa plantear es de qué modo esos espacios cotidianos que han sido construidos por el hombre pueden ser diferentes a lo que estamos acostumbrados. Lo que primero que provocan este tipo de obras es una sorpresa, pero a partir de la sorpresa viene un cuestionamiento y una ambición por conocer cómo son las cosas”.
Erlich destaca la accesibilidad de su trabajo, y casi como un desafío a la predilección por el hermetismo de mucha producción contemporánea dice que “no hace falta haber hecho la carrera de historia del arte para disfrutarlo”. Y añade: “Tiene un aspecto de juego. Hay que participar. Y en particular la participación que propone Ascensores tiene que ver con encontrar en un espejo el reflejo no de uno sino del otro. Al mirar no se encuentra uno mismo sino la cara de otra persona. Y cuando eso sucede es interesante porque uno puede imaginar de una manera poética y en clave borgeana que uno es el otro”.
Una de las características de Ascensores es la simpleza, algo que resalta más si se compara a esta instalación con obras de otra complejidad a la hora de capturar al visitante. El artista enfatiza que el componente ilusionista no es lo más relevante. “Porque en poco tiempo te das cuenta de que algo no funciona, te das cuenta de que hay cosas del espacio en el que estás que no corresponden a la experiencia que habitualmente uno tiene”, explica. Y sigue: “Hay un aspecto seductor dentro de la obra, como un anzuelo; sin embargo ese anzuelo no es solamente un artilugio que se agota en sí mismo o que está puesto ahí para engañar, sino que debe ser interpretado también. La idea es que estemos más despiertos. El truco está a la vista. Es un punto de partida y nunca el objetivo de llegada”.
Para Erlich el desafío es que, una vez roto el hechizo, la fascinación no disminuya.
Cierra el artista: “El truco más complejo es que nos hacen creer que la realidad es algo inmóvil e ineludible”.
Leandro Erlich le da forma a trampas visuales impactantes. El año pasado le “cortó” la punta al Obelisco. Ahora presenta en arteBa su instalación Ascensores, un atrapante juego de espejos.