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Lazos de familia: el arte a cuatro manos de Nina y Martín Kovensky

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“Ambos somos cachivacheros y tenemos guardados recuerdos y objetos que nos parecen bellos”, dice Nina Kovensky. Ella es una de las dos mitades y la fuerza más joven de “Equilibrio inestable”, la muestra que exhibe en la galería El Gran Vidrio (Humberto Primo 497) junto a su padre, el reconocido ilustrador y artista visual Martín Kovensky.

Dejarse intoxicar el uno por el otro, prestarse imágenes y mezclarse en obras cuya autoría queda borrada o al menos diluida fueron algunos de los procedimientos que eligieron para este viaje compartido, que hace del arte una forma de encuentro, descubrimiento y sanación.

El hábito de recolectar y conservar recuerdos está en la base de la obra que Nina le atribuye al cachivacheo que ambos ejercitan de manera espontánea.

El laboratorio de producción de Los vacíos fue la cocina de El Gran Vidrio. Allí, padre e hija se dedicaron a congelar momentos: en bolsas cerradas herméticamente se ven documentos, pomos de pintura, un cepillo de dientes, un celular, un candado, una vincha de plástico, sellos, llaves, un teclado de computadora, un cubo de Rubick y un innumerable e imprevisto universo de objetos. Como si se tratara de volver a producir el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección, según la fórmula reclamada por los surrealistas para aproximar elementos extraños y producir estallidos poéticos, sólo que aquí los encuentros no son tan fortuitos. Los vacíos guardan secretos e historias y son la manera de dejar entrever un vínculo, sus interrupciones y su presente. 

Toda la muestra está llena de pistas y huellas sobre una novela familiar que no termina de contarse, pero que se adivina. “Los vacíos estaban en mi mente, pero nebuloso era el contenido –recuerda Nina–. Decidimos darle vida a nuestros pequeños tesoros. La dinámica de ese trabajo estuvo muy divertida porque nos dimos buen tiempo a componer cada uno de los ‘haikus’ y el factor del sellado nos devolvió a ambos un resultado distinto en cada uno de los casos”.

Suma Martín: “Los objetos al vacío son una idea original de Nina, que de alguna manera mezcló su actividad de cocinera con la de artista. Decidimos armar una gran mesa de trabajo llenísima de objetos, recuerdos y cosas variadísimas. Fue un proceso precioso donde se mezclaron estéticas, recursos y pensamientos de ambos”.

Buenos viajes

“Venimos haciendo ping pong de ideas desde hace años, encarando los largos viajes en auto y colectivo con conversaciones referidas al arte”, explica Nina sobre el origen de “Equilibrio inestable”, que terminó de armarse con la invitación de la galerista Catalina Urtubey y la curaduría de Guillermo Daghero.

Kovensky padre cuenta que él y Nina decidieron que “habría una zona en común y trabajo a cuatro manos”. Y añade que a eso se le sumaría “una producción de Nina y otra mía, ambas autónomas pero buscando diálogos, relaciones, idas y vueltas diversas. Los videos son 100 % Nina y los móviles casi míos en su totalidad aunque los realicé con la invalorable ayuda de Luis Rinaldi, un escultor/orfebre amigo de toda la vida que fue pareja de Liliana Maresca. Para mí eso fue fuerte también, porque implicó otra coautoría en la ejecución pero también en los recuerdos y en el sentido de hacer obra”.

Martín Kovensky, sobre "Ciudad adoctiva" y el proceso de obra:"Teníamos la idea de hacer un registro fotográfico muy simple con toma directa del celular para dar testimonio de nuestra mirada sobre la ciudad de Córdoba, nuestra ciudad 'adoctiva', como la llamamos con cariño. En el curso del trabajo, a partir de usar ojales de metal en los vacíos para colgarlos en la pared, se nos ocurrió que también podíamos aplicarle ojales a las fotos; cuando lo hicimos vimos que tenían movimiento y ahí sumamos el ventilador que de alguna manera es un objeto insolayable de los sofocantes veranos de Córdoba. Lo de los cables fue más heterodoxo. Nina quiso hacer una bola de cables de compu cuyo significado es muy directo y contemporáneo. Cuando finalmente la realizó me mandó una foto desde el celular (que es la de la tapa del catálogo) una tarde desde Córdoba city. Ahí me puse a hacer el dibujo sobre la tela que no es más que una transposición de lenguajes. Del objeto a mi territorio más fluido que es el dibujo. Fue un verdadero y contundente diálogo, acaso el más espontáneo de todos".

Tótem, un conjunto de retratos basado en una serie previa denominada Yo perdí la cabeza, es un buen inicio del recorrido. En el relato de Nina sobre este trabajo hay frontalidad y agradecimiento: “Hace tres años viví un ‘mal viaje’ con ácido, mi viejo fue quien se ocupó de que mi mente volviera a estabilizarse. Fue un proceso de muchos meses, y sobre todo de acompañamiento y enseñanzas, aprovecho esta oportunidad para agradecerle. Creo que en parte esos dibujos quedan como testimonio de lo difícil que fue para mí atravesar ese periodo, pero a la vez se resignifican con la compañía y el cuidado excepcional que mi viejo me ha podido dar”.

“Para mí los retratos es la obra más potente del conjunto”, señala Martín. Y completa: “Los retratos originales son los de Nina. Los hizo hace tres años cuando se vino a vivir a casa, en La Cumbre, después de una temporada muy crítica anímicamente hablando que había vivido en Buenos Aires. Fueron parte de su recuperación: ella hacía uno todas las noches antes de irse a dormir. Yo los conservé en una carpeta y siempre me parecieron extraordinarios, viscerales, contundentes… viva expresión de aquello de que ‘el arte cura’. Pues bien, en el proceso de trabajo de la muestra le pregunté a Nina si estaba de acuerdo con exponerlos y le dije que yo quería hacer tres años después mis autorretratos para montarlos de a pares”.

Ahí comenzó otro viaje, esta vez de los buenos. Papá Kovensky confiesa: “A mí me conmovió mucho volver a entrar en contacto con ese material. Pronto entendí que para mí, que en general cultivo una imagen de dibujo sencillo, cuasi infantil y decididamente expresionista, era algo medio tonto mantener ese paradigma. En parte porque lo hecho por Nina en ese estado era superior a cualquier intento mio de ser ‘expresivo’. Entonces resolví partir hacia mi propio pasado a los años juveniles cuando fatigué y estudié el legado académico. Esa simple decisión me lanzó a un sentimiento extraordinario, la hija joven atravesada por las emociones y sus circunstancias y mi rol de padre más vinculado al discurso estructurado y estructurante. Fue un flash hacer cada uno de ellos. Cuando los juntamos nos dimos cuenta de que eran algo especial, acaso más para mí que para ella. En el montaje surgió ponerlos en la pared de manera vertical, un par arriba del otro. Los empezamos a llamar Tótem por analogía formal. La suma de todas estas circunstancias para mí lograron lo mas refinado de la muestra”.

Ella cumple con esa actitud de brujo que debe tener el artista que hace lo que no sabe como si supiera, pero además tiene una sensibilidad muy particular... Tiene también el desparpajo, diría inclusive cariñosamente la desprolijidad propia de la época inquietante, decadente y asustadoramente cambiante que estamos viviendo hoy.

Una serie de cuadernos colgados que invitan a manipular y espiar es otra de las maneras en que padre e hija eligieron para contarse. Se trata de una especie de diarios íntimos visuales llenos de dibujos, collages, fotos viejas, consignas, anotaciones existenciales un poco lúdicas y a la vez serias. Otro buen viaje sería adivinar de quién es cada cuaderno y qué mensajes se están pasando Nina y Martín Kovensky.

Abismos y puentes

Martín Kovensky tiene una extensa trayectoria como artista visual e ilustrador. Desde 2006 está radicado en La Cumbre, donde lleva adelante junto a Ana Gilligan la galería Júpiter.

–¿Cómo definís el arte de Nina?

–El arte de Nina es absolutamente poético en el sentido de cómo transforma en metáforas todas sus experiencias e intuiciones. No importa qué soporte o lenguaje utilice, si es un video, un dibujo, un objeto. Ella cumple con esa actitud de brujo que debe tener el artista que hace lo que no sabe como si supiera, pero además tiene una sensibilidad muy particular y en general es reconocida por eso. Tiene también el desparpajo, diría inclusive cariñosamente la desprolijidad propia de la época inquietante, decadente y asustadoramente cambiante que estamos viviendo hoy… ¿O acaso es prolijo el impeachment en Brasil, por decir algo, o los refugiados en Europa, o Donald Trump o el ajuste brutal de la economía argentina? Ahh, y eso por no hablar de la brutal agresión al planeta vivo que lleva adelante el capitalismo con su torpeza voraz.

–¿Qué importancia le das a los momentos políticos en tu obra? Eso se veía con fuerza en tu libro "Limbo", y en los cuadernos esa mirada parece también muy determinante.

–Soy una persona enormemente interesada por la política. Tuve militancia en mi juventud, fui exiliado y formé parte de una generación cuya identidad estuvo marcada a fuego por esas opciones. Nunca perdí ese interés. Es algo filosófico. Te diría que elegí realizar parte de mi obra como ilustrador justamente para garantizar que al estar presente con mi estética en los medios mis “mensajes” tuvieran una circulación masiva. Pero tanto la ilustración como la propia dinámica de los medios establecen límites poéticos a la concreción de una estética personal en general y más vinculada a lo político. Por eso Limbo fue una gran respuesta. Yo creo que terminará siendo un libro de culto porque fue una acción viva, supercreativa y esperanzada frente a la tremenda crisis de 2001. Cuando veo el curso de los acontecimientos actuales me pregunto si no marchamos nuevamente a una crisis de esas características… Ojalá que no, pero si sucede prometo hacer Limbo II, ¡reloudeado!

–¿Encontrás marcas generacionales en tu obra y en la de Nina?

–Por más despierto y “joven” que me sienta, pesan en mí todas las etapas recorridas como artista, que me vinculan más a la tradición moderna del arte y en todo caso a las continuidades y rupturas posmodernas o como se llamen, que sucedieron en las décadas de 1980 y 1990. Imaginate, Nina es una artista de la década de 2010, ponele, y hay un abismo… pero también hay puentes, quizás esos puentes colgantes de las películas de Tarzán de la selva. Yo creo que la generación de Nina hace arte con cualquier recurso sin preocuparse en lo mas mínimo con cuestiones referidas al lenguaje o a la técnica, digo técnica en el sentido de la sujeción a una tradición metodólogica determinada. Claro que son “retecnos” en el sentido de la utilización de las tecnoloíias digitales, y no importa que no manipulen computadoras o cámaras, el pensamiento de su generación ya no es analógico. En mi caso tengo la acuariana característica de que me doy muy bien con eso, ya desde la irrupción masiva de la tecnologa digital allá en los lejanos '80. Pero nada puede sustituir la frescura de un ser de veintipoco… ahí Nina es reina y yo apenas puedo acompañar sus percepciones. Está muy bien que sea asi. En ese sentido reconocernos diferentes (abismo) pero conectados (puente) fue una gran ventaja porque las mezclas en general son lo mejor, lo más fuerte e innovador.

–¿Qué te deja haber trabajado junto a tu hija?

–Nos deja muchas cosas, algunas que por suerte ni sabemos cuáles son. Nos sorprendió a ambos la fluidez del trabajo, los acuerdos, la moderación en resolver las diferencias y la afinidad. En ese sentido, somos más padre e hija que antes. También me gusta pensar que esta experiencia no es tan diferente a esas pymes familiares tipo Gonzáles & hijos, productos alimenticios.

Escuchando a Nina

Nina Kovensky es artista vi visual y se desempeña como cocinera en un restaurante vegano. Nació en Buenos Aires en 1993, y desde 2013 está radicada en Córdoba.

–¿Cómo es el arte de tu papá?

–¡Ehem! Creo que tiene un gran talento para materializar ideas. Gráficas y objetuales. Lo acompañé en la realización de muchas de sus muestras y siempre estoy orgullosa. De cerca observo cómo evoluciona en cada una de sus exposiciones, y a la vez permanece en un trazo familiar. Lo cual lo hace reconocible a simple vista. Siempre tiene algo para decir. Y eso ya no sé si lo veo como hija o como persona que lee lo que observa. Pero siempre, siempre hay algún mensaje detrás de sus obras.

–¿Cómo fue el trabajo de “Ciudad adoctiva”, la instalación fotográfica que incluye un ventilador?

–A las fotografías las fuimos tomando con nuestros celulares, creo que ambos concordamos en que nuestra actividad se trata un poco de señalar, y para eso las instantáneas son muy prácticas. Quisimos retratar a Córdoba capital, y haciendo pruebas en el taller apareció el movimiento y el ventilador, a raíz de otro dibujo y conversaciones.

–Otra de las obras de la muestra es un gran bollo de cables, y un dibujo de Martín Kovensky basado en ese motivo. ¿Cuál fue el proceso?

–El nudo de cables surgió a partir de bocetos, que luego fueron una publicación de Facebook que proponía intercambiar cables por dibujos; luego fue un juego, después la foto que le mandé a Martín Kovensky por Whatsapp y casi instantáneamente el inmenso dibujo que él resolvió en menos de dos horas.

–¿Podrías definir elementos o marcas generacionales? ¿Eso fue una ventaja o una barrera a la hora de trabajar juntos?

–Fue 100% ventaja. En varias oportunidades pude percibir cierta libertad en mis aportes, y rigor de parte del viejo. Lo cual nos vino muy bien a ambos, porque sin método no hubiese quedado en equilibrio (la muestra) y sin atrevernos lo inestable no se hubiese manifestado. Aunque no es todo una cosa o la otra. También hice aportes conceptuales a los móviles y a mi viejo se le ocurrieron ideas innovadoras como la de montar una instalación. Respecto a la brecha generacional, no sé si logramos verlo con tanta distancia. Yo hago mi vida y mi papá hace la suya, pero a la hora de encarar una muestra puede que hayamos inventado algunos métodos nuevos para ambos. Aprendí mucho sobre precisión, prolijidad y constancia para llevar adelante la muestra.

–¿Qué te deja haber trabajado con Martín?

–Nos deja saber que podemos ponernos de acuerdo. También nos deja un poco más como pares, colegas. Aunque ese respeto mutuo ya existía de antes y ahora es material, concreto. Y, por supuesto, también nos deja un poco la mecánica de seguir pensando nuestras producciones a futuro, algunas por separado y otras en conjunto. Un ejemplo, Martín está dibujando a diario una acuarela con una propuesta realista y de alguna manera con mucha meditación de por medio. Y en paralelo, en mi día a día también hago una acuarela para presentar mis platos en Internet, solo que mis tiempos y recursos son otros.

Para ver."Equilibrio inestable" se puede visitar hasta el 27 de mayo en la galería El Gran Vidrio (Humberto Primo 497). La muestra completa su sentido en su versión digital, con textos, fotos y videos que se pueden visitar acá.

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Nina y Martín Kovensky unieron fuerzas e imaginación en El Gran Vidrio. / Foto: Facundo Luque
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Martín y Nina Kovensky son padre e hija y los autores de las obras que reúne la muestra Equilibrio inestable. Hablan de la experiencia de trabajar juntos y mezclados.

Con Solapa Multimedial: 
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Fecha y Hora: 
Saturday, 14 May, 2016 - 12:45
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Nota Atemporal (evergreen): 
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