Un mano a mano. Una salida a la arena con actitud de gladiador. Poner el cuerpo en un round. Así metaforiza Juan Longhini (Río Cuarto, 1954) el momento de afrontar la materia que será parte de su arte, aunque finalmente opta por una imagen menos guerrera y dice que ponerse a hacer una obra es meterse en partido. El arte es trabajo. Meter mano. Muchas veces tiene más que ver con arrastrarse por el suelo que con andar volando.
Lo dice más o menos con esas palabras, que deberían traducirse como el gesto de bajar de un hondazo la idea del arte como algo sublime, o como un lugar místico donde las cosas pasan por la fuerza de algún espíritu iluminado.
Su obra habla el mismo idioma: los materiales con los que trabaja respiran, laten con fuerza, más allá de la imagen o el “tema” que aparece. Hojalata, madera, yeso, resina, alambres, cerámica, papel. Están vivos de una manera rotunda. Se hacen sentir y permiten que se perciba lo que el artista les hizo.
"Yo soy una especie de linyera", dice sobre la gama de materiales brutos que podrían haber ido a la basura y que son activados para darle cuerpo a las obras, un poco en la línea del arte povera (pero sin ningún dogmatismo al respecto), el movimiento que evitaba establecer jerarquías entre materiales nobles y objetos de desecho y asimilaba el abanico de descartes de la sociedad contemporánea para producir arte.
Juan Longhini presenta por estos días en el Museo de Arte Contemporáneo de Unquillo (Macu) la muestra denominada “Un tiempo”. Se trata de un extenso conjunto de obras, que procura escaparle a la noción de retrospectiva, realizadas en un arco temporal que se estira varias décadas hacia atrás y llega hasta creaciones muy recientes.
Hay obras como Gato de metal, una pieza de aluminio policromado, con los remaches a la vista en la punta de las orejas, o Cordero y cactus, otra pieza de metal plegado, datadas en 2011-2019.
"Hay algunas esculturas revisitadas en esta muestra, que se fueron para otro lado –revela el artista–. Lo que pasa es que si la obra sigue en mi casa yo la sigo laburando. Sigue en proceso. La obra se termina en realidad cuando se va de casa".
Lo mismo sucede con Botones y otras tallas en madera, que permanecieron en la casa-taller de Longhini en barrio Alberdi, frente a la cancha de Belgrano, donde el artista cumplió con su pulsión de seguir metiendo mano.
La obra empieza lejos
¿Dónde empieza una obra? ¿Empieza en la cabeza, empieza en las manos, empieza viendo un material? “La obra empieza cuando nacés –dice Longhini–. Empieza con los primeros quilombos, la primera vez que hiciste el amor, los primeros escarceos políticos. La obra siempre empieza muy lejos. En pulsiones que están ahí guardadas. Eso es vivir, también. La verdad es que yo no tengo objetivos muy claros cuando empiezo una obra. Hay papel y carbón, o metal, o lo que sea, y arranco. Encaro un round”.
Todas esas capas de tiempo están quizás retenidas en el nombre de la muestra, que visita la amplísima producción del artista cordobés. Hay una importante selección de dibujos en los que aparece a la vista todo un bestiario que se encarna asimismo en las esculturas en madera, en las piezas de metal, resina y papel impreso. Perros, búhos, gatos, una liebre, animales que podrían pertenecer a dos o más especies a la vez.
Esas criaturas, bichos, monigotes de aires primitivos como las figuras humanas que caracterizan a toda una zona de la producción del artista, provienen de una imaginación impactada por los cómics juveniles consumidos con pasión. Longhini lo cuenta casi a regañadientes, como si lo obligaran a una sesión psicoanalítica no buscaba que pretende explicar su arte buceando en el pasado.
Conejo con bufanda roja, grafito y témpera sobre papel plegado, es una pieza icónica que el montaje destaca sobre una pared roja que corta la enorme sala principal del Macu. El conejo es una figura que aparece con frecuencia en la obra de Longhini. ¿Hay alguna historia detrás de esa predilección? “Para decírtelo como si se lo dijera al psiquiatra –se rinde Longhini a la pregunta sobre el origen–, eso es así porque de chiquito fui orejón. Siempre me sentí orejón, o alguien me dijo orejón y me lo creí, no sé. Tiendo a hacer conejos, bichos de grandes orejas, es verdad. Pero no porque yo tenga algo que ver con los conejos o me sienta como ese animal”.
La propia canción
El artista dibuja todo el tiempo, llena carpetas con obras que no concibe como bocetos sino como trabajos con la misma entidad que una pintura o una escultura, y de ahí surgen con frecuencia otras piezas.
La muestra incluye cerámicas, platos pintados que conforman su producción más reciente, así como la serie Máscaras, en aluminio policromado y Cubismo criollo, sanguina y color sobre papel.
Otro segmento se detiene en las esculturas en madera policromada, un hilo de plata que vincula trabajos de distintas épocas, en una especie de vaivén que enlaza el neoexpresionismo alemán, le hace quizá un guiño al pop y vuelve a un marcado gusto por las tallas primitivas.
La obra siempre empieza muy lejos, y no se sabe adónde se dirige. “Al arte me lo tomo con muchísima seriedad, pero también con todo el humor del mundo –dice el artista–. Con lo que yo hago no voy a ningún lado porque creo que el arte no va a ningún lado. Además he visto tanto verso al respecto… Yo no tengo ningún objetivo. Para mí se trata de una seducción, una seducción objetual. Creo que el arte va adonde puede. Va tocando alguna canción”.
Para ver
"Un tiempo", de Juan Longhini, se puede visitar en el Macu de Unquillo (avenida San Martín 558) hasta el domingo 17 de noviembre. Sábados y domingos de 10 a 13 y de 17 a 20. Gratis. Texto de sala del artista Marcos Acosta.