En el año 1971 aparecía en Córdoba la revista Hortensia. Nadie podía siquiera imaginar entonces que marcaría un hito en la historia editorial argentina. Aún hoy continúa siendo el único caso de una publicación del interior del país que alcanzó una distribución nacional sostenida durante años.
La revista contenía humor en diversos matices, pero la clave de su éxito –y por lo que aún es recordada– fue por poner en relieve el humor cordobés. Este detalle hoy nos puede parecer banal, pero visto en su contexto histórico no fue un hecho menor.
En aquellos años, más que hoy, Córdoba había vivido con los ojos puestos en Capital Federal. Allí estaba el paradigma a seguir, el supuesto correcto modelo del ser argentino que todos anhelaban ser. Por ende, el lenguaje a imitar era el que dictaba Buenos Aires con sus canales de televisión, sus radios, sus revistas y sus diarios.
La sola tonada cordobesa de algún entrevistado por los medios solía causar vergüenza ajena en varios hogares doctos de la Córdoba de la Nueva Andalucía. Grande fue la sorpresa cuando de repente apareció Hortensia y propagó los modismos y vocablos autóctonos hacia los cuatro rumbos del país. Eso era una transgresión social y cultural que enorgulleció a la gran mayoría de nuestros coterráneos, pero fastidió a algunos de los literatos y filólogos más conservadores de nuestra sociedad.
Se llegaron incluso a recibir cartas en la redacción, protestando por el empleo de las expresiones cordobesas “que sólo se escuchan en la cancha de fútbol”.
Yo era adolescente, los únicos denuestos y comentarios negativos que alguna vez escuché hacia la revista fueron de profesores de Lengua. No los escuché yo directamente, mis amigos de otros colegios secundarios me lo hacían saber: “Hoy la profe habló pestes de la revista de tu viejo, dijo que deforma el lenguaje, que confunde y enseña a hablar mal el idioma español”. No imagino una revista de humor cordobés aprobada por la RAE, como no imagino un espectáculo erótico aprobado por la Iglesia.
Pero además de absurda, era una acusación totalmente injusta, Hortensia simplemente asentó por escrito los vocablos y el dialecto cordobés que desde siempre se hablaba en la ciudad y en buena parte de la provincia. La revista no lo inventó, lo dibujó, lo hizo texto y lo volvió humor.
El habla local
El modo de hablar cordobés desde siempre había formado parte de nuestro acervo cultural y de nuestra realidad, fuese o no escrito. Y esa transcripción no fue tarea sencilla. Aún recuerdo a mis padres en aquellos años intentando descifrar las reglas para volcar “el cordobés” al papel. No se ponían de acuerdo cómo unir dos o más palabras, cómo apostrofar, cómo respetar las haches y los acentos, cómo separar en sílabas, cómo conjugar los tiempos verbales de estos neologismos cordobeses que nunca habían sido impresos. Demás está decir esta nueva modalidad de escritura también trajo dolores de cabeza a los linotipistas.
Una vez que la tarea estuvo lista, llegó el turno de renegar con las colaboraciones de otros autores: lejos de tener computadoras para corregir los originales, no quedaba más remedio que reescribirlos totalmente.
Pero lo más difícil de redactar eran los diálogos de Negrazón y Chaveta, dos personajes creados por mi padre (Alberto Cognigni, fundador de la revista, y Sara Catán). Ellos tenían veleidades filosóficas e intelectuales muy propias de los años ‘70, pero lo expresaban en cordobés básico.
No quiero ni imaginarme qué habrán pensado las profesoras de mis amigos ante semejante afrenta. Lo cierto es que estos localismos del léxico suceden en todo el mundo. Dentro de la mismísima Península Ibérica existe un variopinto abanico de dialectos cuya existencia, sin embargo, parece no ofender a nadie, acaso porque provienen del primer mundo.
Como escritor y gestor cultural quisiera alegar en favor de estos regionalismos y matices del idioma. Creo que, lejos de empobrecer la lengua, la enriquecen aún más. Sin ánimo alguno de revanchismo, celebro entonces más que nadie la realización en Córdoba del VIII Congreso Internacional De La Lengua Española y la llegada de hispanoparlantes de todo el mundo.
Bienvenidos a la cuna de la Reforma Universitaria, del Cordobazo y del cantito al hablar. Bienvenidos a este docto crisol de estudiantes llegados desde los cuatro puntos cardinales. Bienvenidos a esta ciudad de mis amores, antigua y religiosa, a esta ciudad que ríe y protesta con palabras fuertes de tono y de tonada.